Costa Rica está atrapada en la tiranía de las bajas expectativas. Al menos esa es la impresión que me dejó esta campaña política. De un lado tenemos a un sector de la población que está mayormente satisfecho con el statu quo (“sí, tenemos nuestros problemillas, pero otros países están peor; en realidad, las cosas aquí no están tan mal”), mientras que en el otro reina tal grado de resignación, que las alternativas van desde “el menos malo”, al “peor es nada”, o el “jale de aquí”.
Ciertamente hemos sido un país privilegiado. Somos la democracia más antigua y estable de América Latina. Abolir el ejército hace 69 años fue una decisión visionaria que nos ha hecho destacar en el concierto de naciones. Gozamos de buenos indicadores sociales para nuestro nivel de desarrollo. Y, a diferencia de nuestros vecinos, no hemos sufrido de guerrillas ni de desastres naturales calamitosos.
Pero es precisamente por esa estabilidad y buena fortuna que deberíamos ser un poco más ambiciosos. ¿Por qué no somos el país más desarrollado de América Latina? ¿Por qué ya ni siquiera somos la nación más próspera de Centroamérica? ¿Por qué tenemos el mismo nivel de pobreza de hace más de 20 años? Irónicamente, nuestros éxitos pasados más bien han alimentado cierto conformismo. Creernos la “Suiza centroamericana” nos ha hecho perder la perspectiva sobre el nivel de desarrollo al que deberíamos aspirar.
Este entumecimiento colectivo ha sido dolorosamente evidente en esta elección. Al ver los temas que se discutieron –y que la definieron–, pocos pensarían que estamos ante una inminente crisis fiscal, una bomba de pensiones en ciernes, un desempleo de casi dos dígitos y la tasa de homicidios más alta de la historia.
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Existe la percepción de que los avances sociales logrados a la fecha son irreversibles y que la estabilidad económica de los últimos años continuará no importe quién llegue a Zapote. Por eso nos damos el lujo de debatir encarnizadamente sobre las amenazas espectrales de la “ideología de género” mientras los candidatos juegan al futbolín.
Pero estamos tentando nuestra suerte. Tenemos todos los números de la rifa comprados para un severo remezón económico. De tal forma que la mayor amenaza de la tiranía de las bajas expectativas no es continuar nuestro cómodo estancamiento relativo, sino caminar sonámbulos hacia una crisis que nos podría hacer retroceder una generación.
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El autor es analista de políticas públicas.