«El sentimiento público lo es todo», afirmó Abraham Lincoln en uno de sus famosos debates con Stephen Douglas en 1858. «Con el sentimiento público, nada puede fallar; sin este, nada puede tener éxito». La sentencia adquiere particular relevancia en nuestro país a la luz de lo que señalé la semana pasada: si la gente no entiende la naturaleza y gravedad de la situación fiscal que atravesamos, difícilmente aceptará las medidas para escapar de la crisis que está a la vuelta de la esquina.
Lincoln creía que impactar la opinión pública es la tarea primordial de los políticos, puesto que «quien moldea el sentimiento público, va más allá de quien promulga estatutos o emite fallos. Él hace que los estatutos o los fallos sean posibles o imposibles de ejecutar».
Sin embargo, Friedrich Hayek advertiría que los políticos son más proclives a ser seguidores de la opinión pública que formadores. «Legislar para las graderías» es un fenómeno bien documentado y que ha quedado nuevamente en evidencia durante el trámite de la reforma del empleo público, con el agravante de que quienes están en las gradas no son todos los costarricenses, sino los grupos de presión interesados en proteger sus intereses.
En el mejor de los casos, la actitud timorata del Poder Ejecutivo de no asumir el liderazgo en el planteamiento de propuestas fiscales integrales y eficaces —es decir, aquellas que le hagan frente al crecimiento desmedido del gasto público— radica en el temor de que no cuenten con el apoyo de la ciudadanía.
Aquí, entra en juego la tesis desarrollada por Emmanuel Macron debido al immobilisme de la clase política francesa: «Mi percepción es que la opinión pública va adelante de los políticos», señaló un año antes de su exitosa carrera presidencial. Según este planteamiento, es posible que la población esté más preparada para reformas estructurales de lo que la clase política piensa.
Puede que este sea nuestro caso, pero la única manera de dilucidarlo es en una elección. Lamentablemente, dada la trayectoria fiscal, no tenemos el lujo de esperar hasta el 2022. Por tanto, si no podemos esperar visión y liderazgo de la clase política, la labor de impactar en la opinión pública debe recaer en otros actores. Si Hayek tenía razón, los políticos luego se acomodarán. Eso sí, el tiempo apremia.
jchidalgo@gmail.com