La de este martes 3 de noviembre no es la elección más crucial en la historia de EE. UU. En 1860 la victoria de Abraham Lincoln desencadenó una guerra civil alrededor del tema de la esclavitud, que dejó, por lo menos, 600.000 muertos.
En 1932 Roosevelt ganó la presidencia en plena Gran Depresión, cuando el fascismo y el nazismo se consolidaban al otro lado del Atlántico.
En 1968 los estadounidenses fueron a las urnas en un año matizado por los magnicidios de Martin Luther King Jr. y Robert Kennedy, disturbios raciales generalizados y las profundas divisiones producto de Vietnam.
Pero sí se trata de la elección más trascendental en 50 años. En juego está no solo el liderazgo de Washington como sostén y garante del orden internacional liberal, sino también la salud de la democracia más longeva del planeta.
No es una exageración decir que EE. UU. está enfermo. Lo digo con conocimiento de causa: viví allá 14 años y fui testigo de la creciente polarización política y social de esa sociedad, al punto que un presidente en ejercicio rehúsa hoy garantizar una transición pacífica del poder. Nadie descarta que la elección desate violencia.
Ambos partidos se han movido a los extremos. Casi dos tercios de los demócratas afirman tener una visión positiva del socialismo. Atrás quedaron los días del centrismo aperturista y de responsabilidad fiscal de Bill Clinton.
El giro más tenebroso lo han dado los republicanos, quienes, bajo el alero de Donald Trump, se han transformado en un partido nativista, aislacionista, nacionalista y cada vez más conspiratorio.
Joe Biden es un candidato altamente defectuoso y su programa de gobierno es el más izquierdista que haya presentado un aspirante presidencial en muchos años, pero era la opción menos radical que tenían los demócratas. Además, es un ser humano decente. Lo mismo no se puede decir de su rival.
Trump no es la causa, sino la consecuencia de factores estructurales más profundos que han hecho que su discurso tenga tanta acogida en un sector significativo de la población. Y estos no desaparecerán con la elección de Biden.
En EE. UU. urge una módica normalidad y menos toxicidad en la Casa Blanca. Un líder que, en palabras de Lincoln, por lo menos haga un esfuerzo por apelar a los mejores ángeles de nuestra naturaleza humana.