A menos de una semana del Día D, todavía no decido por quién votar, pero sí estoy muy claro sobre las cosas por las que quiero votar.
Es cierto que Costa Rica está mal en múltiples aspectos –desempleo, inseguridad, corrupción–, pero tras esta elección podría estar mucho peor. Por eso votaré por un candidato que no amenace nuestra institucionalidad democrática y libertad de prensa con matonismos autoritarios. Tampoco por aquellos que pretenden convertirnos en una teocracia y utilizan la religión demagógicamente para atizar la discriminación hacia minorías.
Considero que la crítica situación fiscal es la prioridad número uno. Por lo tanto, mi voto irá para quien reconozca la urgencia del problema y busque enfrentarlo no con nuevos impuestos –algo que nunca ha funcionado con anterioridad–, sino a través de la contención del gasto público. Voto por alguien que entienda la necesidad de frenar el crecimiento de la burocracia y sus odiosos privilegios. Y, bajo ninguna circunstancia, votaré por quienes han hecho de la voracidad fiscal un modus vivendi en el gobierno.
Voto por ver al sector privado como fuente de prosperidad. La burocracia se ha llenado de un ejército de funcionarios hostiles a cualquier cosa que huela a emprendimiento. Se supone que el Estado debe alentar la iniciativa privada, no zancadillearla. Por eso, votaré por quien enfatice simplificar la telaraña de regulaciones que actualmente asfixian a quienes buscan generar riqueza.
Voto por continuar abriendo nuestros mercados a la competencia, especialmente en aquellos sectores que hoy están protegidos por altas barreras arancelarias que se traducen en un mayor costo de vida para los consumidores. La entrada de Costa Rica a la Alianza del Pacífico es un paso importante en esa dirección.
Voto por enfatizar el crecimiento económico y la generación de empleo privado como el mejor programa antipobreza. Pero no votaré por equipos económicos mercantilistas que han propuesto regresar a los días en que la política monetaria del Banco Central subsidiaba a exportadores y banqueros a expensas de una alta inflación, que castiga desproporcionadamente a los pobres.
Ningún candidato me ofrece avanzar hacia el país abierto, moderno, cosmopolita y tolerante al que aspiro. Pero, ante la delicada coyuntura que vivimos, me conformaré con uno que nos aleje del espectro de la fuerte crisis que se nos viene encima.
Juan Carlos Hidalgo es analista de políticas públicas.