Los gritos que pegó Carlos Alvarado en Nicoya bien pudieron ser un punto de inflexión en su presidencia. Emboscado por grupos sindicales que lo insultaban y abucheaban, el mandatario perdió los estribos y con las venas henchidas les advirtió: “A los que nos detienen, no los vamos a dejar que nos detengan”. Cicerón puede estar tranquilo, Alvarado nunca lo superará en oratoria. ¿Había llegado finalmente el momento en que el presidente les decía a los gremios “hasta aquí”?
Toda esperanza se disipó el jueves cuando Alvarado los recibió en la Casa Presidencial, los subió al podio, les dio el micrófono y acordó dialogar con ellos, otra vez. La lista de grupos congregados en el Encuentro Social Multisectorial (ESM) es el quién es quién de las fuerzas que lo “detienen”. Ahí llegó a dictar sus términos Albino Vargas, quien ha comparado al presidente con Daniel Ortega y hace unos meses lo amenazó diciéndole que se estaba comprando “todos los números de la rifa”. También estuvo el autodenominado Medse, un puñado de revoltosos que cierran colegios con candados y a los que el gobierno, inexplicablemente, ha legitimado como representantes estudiantiles.
Que el agasajo sindical tuviera lugar la misma semana en que los gremios de la CCSS se fueran a huelga, paralizaran equipos para el tratamiento del cáncer, dejaran sin alimentos a los enfermos en los hospitales y causaran la suspensión de miles de citas y cirugías —e incluso la posible muerte de un paciente—, fue una coincidencia que jamás debió permitirse. Sin embargo, el presidente insiste en que el diálogo “va teniendo buenos frutos”. El gobierno destaca su disposición a dialogar como la única forma de mantener una preciada “paz social”. El término no es más que un eufemismo para maquillar el chantaje criminal de los sindicatos, que en el último año demostraron no tener miramientos para cometer actos delictivos en defensa de sus gollerías. Lo del jueves no fue el lanzamiento de una jornada de entendimiento multisectorial, sino un acto de apaciguamiento gremial.
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El país debe avanzar con paso decidido y los sindicatos han dejado claro que harán lo imposible por detenernos. Es hora de que el presidente entienda que el tiempo para dialogar con extorsionistas ya expiró.
JHidalgo@cato.org
El autor es analista de políticas públicas.