Un tigre anda suelto en Costa Rica. Así lo advirtió el presidente Alvarado luego de que su gobierno capitulara en la negociación con los sindicatos de la CCSS. Él sabe muy bien de lo que habla. Su partido ha sido un aliado histórico del felino. Él celebró cuando Luis Guillermo Solís levantó el veto a la Reforma Procesal Laboral, autorizando en ese momento las huelgas en los servicios esenciales. Y fue él quien escogió a un avezado sindicalista como compañero de fórmula presidencial.
El presidente ahora reniega su pasado y quiere hacerle creer al país que estaba atado de manos ante la extorsión de los gremios de la CCSS. En parte, tiene razón. La ley —y la manera como ha sido interpretada por los tribunales, que además son juez y parte— da protecciones excesivas a los huelguistas. Y estos demostraron una ausencia absoluta de escrúpulos a la hora de utilizar estas prerrogativas al paralizar el más esencial de los servicios públicos: el acceso a la salud.
Aun así, Alvarado tenía de su lado no solo la autoridad moral que le brinda ser el máximo representante de la mayoría de los costarricenses afectados por la huelga, sino también lo que los estadounidenses llaman el bully pulpit de la presidencia. Pero no echó mano de ninguno. ¿Por qué no hizo una cadena nacional para denunciar el chantaje criminal de los huelguistas? ¿Por qué Zapote no lanzó una campaña para señalar que lo que estaba en juego no era la privatización de la CCSS, sino los insostenibles privilegios en remuneraciones de la institución? ¿Por qué el presidente no visitó los hospitales y las clínicas paralizados para solidarizarse con los pacientes y exponerle al país el maltrato que estaban sufriendo a manos de los sindicalistas?
Más bien, esa misma semana Alvarado le abrió las puertas de la Casa Presidencial a un rejuntado de gremios liderado por Albino Vargas y acordó negociar con ellos una agenda durante los próximos tres meses. El énfasis —con todo y gritos— que el presidente pone en su firmeza frente a los sindicatos delata su debilidad. Incluso la Sala IV condenó la semana pasada al Ejecutivo por su tibieza a la hora de levantar los bloqueos en las carreteras.
Sí, un tigre anda suelto. Por eso urge la pronta aprobación del proyecto para regular las huelgas. Pero también urge un presidente valiente, que no le tenga miedo a ese animal.
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El autor es analista de políticas públicas.