La debilidad que proyecta Carlos Alvarado como presidente no es saludable para nuestra democracia, lo cual quedó de nuevo en evidencia cuando se reportó que la CCSS continúa pagando anualidades de lujo, en contraposición a lo establecido en la legislación estrella del gobierno. De hecho, el jerarca de esa institución lo había anunciado hace meses cuando firmó un acuerdo con los sindicatos sin consultar al mandatario. ¿Cuál fue la reacción de Alvarado? Contestar a los medios: “Debemos cumplir la ley”. Román Macaya no solo no perdió su cargo, sino que tampoco el sueño.
Un presidente débil es una invitación a los grupos de presión para que intenten torcerle el brazo. Según el Instituto de Investigaciones Sociales de la UCR, la cantidad de protestas se ha disparado desde mayo del 2018. Para ser justos, hay una explicación favorable para el presidente: su antecesor mantenía estrecha connivencia con los sindicatos y eso explica que no hubiera más huelgas en su período.
Alvarado se ha ido al otro extremo en su lectura de los hechos al declararse el presidente más reformista de los últimos 40 años. “Probablemente tenga este nivel de aprobación porque he hecho lo que nadie ha hecho”, dijo hace poco en una entrevista para Teletica Radio. Alguien le haría un favor al presidente, y al país, si le advierte que el malestar de la gente y el matonismo de los grupos de presión no se deben a su arrojo y liderazgo.
James Callaghan sufrió huelgas paralizantes durante el “invierno del descontento” y nadie lo recuerda como el primer ministro que rescató al Reino Unido. Pero los británicos tuvieron la sabiduría de elegir en 1979 a una sucesora que sí tuvo valor para derrotar a los sindicatos y ejecutar las reformas estructurales que su país urgía.
Mi temor es que la debilidad de Alvarado más bien abra las puertas a un populista autoritario que ponga en jaque las instituciones del país. La gente quiere a alguien que “ponga orden”. No es para menos; Costa Rica requiere firmeza y liderazgo. Me preocupa que en las redes se contraste desfavorablemente el apocamiento de nuestro presidente con el estilo agresivo del nuevo mandatario de El Salvador. El problema, claro está, es que terminemos confundiendo gordura con hinchazón.
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El autor es analista de políticas públicas.