La descarbonización de la economía que tanto ocupa al presidente Alvarado es una venta de humo. Peor aún, sirve de mampara para fortalecer monopolios estatales ineficientes y avanzar intereses mercantilistas. Cuanto más rápido lo reconozcamos, más probabilidades hay de que la opinión pública le exija al mandatario concentrarse en los problemas más apremiantes.
Antes de que me acusen de negacionista –el hombre de paja por excelencia– lo dejaré muy claro: el cambio climático es un fenómeno real, en gran medida causado por el hombre y constituye un serio desafío para el planeta, y en particular para los países en desarrollo. Pero seamos realistas, Costa Rica representa menos de un 0,02 % de las emisiones mundiales de CO2. Aun si alcanzáramos la quimera de ser carbono-neutrales, la dinámica del calentamiento global continuaría incólume. Quien sostenga lo contrario, lo está engañando.
Por eso, si el interés genuino del gobierno es hacerle frente al cambio climático –y no un asunto de mero bombetismo– lo sensato para un país como el nuestro es enfocar su atención y muy limitados recursos en un robusto plan de adaptación a fenómenos naturales, como construcción de canales, diques, fortalecimiento de suelos, reforestación de cuencas, resiliencia de poblaciones vulnerables, etc. Requiere dinero, pero desde una perspectiva de costo-beneficio –¿es mucho pedir que la política pública se guíe por dicho criterio?– los resultados serían tangibles.
La agenda de descarbonización de Alvarado no solo no ofrece beneficios concretos, sino que es onerosa y atenta contra la reactivación económica –de la cual dependen la generación de empleo, la lucha contra la pobreza y la misma sostenibilidad fiscal–. Por ejemplo, en lugar de plantear la apertura de los respectivos mercados, el presidente quiere fortalecer y darles más ámbitos de acción a los monopolios del ICE y Recope. Con la excusa de ser un biocombustible –aunque de verde no tiene nada– el gobierno pretende introducir el etanol, un regalito para el lobby cañero que encarecerá los combustibles.
Hay que decirlo tal cual: el país tiene enormes desafíos –precaria situación fiscal, desaceleración económica, alto desempleo, niveles históricos de criminalidad– como para que el presidente nos haga perder tiempo y recursos en cruzadas simbólicas que no resuelven nada.
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