Recientemente escuché un podcast con la educadora, investigadora y experta en alfabetismo —entendido como la habilidad de leer y escribir—, Maryanne Wolf. Gracias a ella aprendí que leer no es un proceso natural; en el cerebro humano no hay ningún componente diseñado específicamente para ello, a diferencia de los otros procesos involucrados en la lectura: lenguaje, visión, cognición, que sí se corresponden con áreas cerebrales específicas y programaciones genéticas. En otras palabras, no tenemos la capacidad innata de leer y escribir, pero sí podemos aprenderla y desarrollarla en diversos grados de complejidad.
A partir de lo anterior, interpreto que la alfabetización fue una fase intencional de la evolución de la especie y, sin duda, un avance fundamental sobre el que se han construido tantos otros avances. Para Galileo, haber desarrollado los medios para transmitir nuestros pensamientos más profundos a otras personas, sin las limitaciones del tiempo y del espacio, superó toda invención precedente. Esa transmisión intergeneracional y sin fronteras geográficas, del pensamiento y del conocimiento, necesitó más que el lenguaje oral; requirió de la maravillosa invención de la lectoescritura.
Por ser una actividad cognitiva compleja que envuelve procesos perceptivos, léxicos, sintácticos y semánticos, el cerebro tuvo que formar nuevos circuitos. Cómo y cuánto leemos contribuye significativamente a modelar el cerebro, desde una red mínima de conexiones neuronales para una lectura básica hasta tejidos más sofisticados, que a su vez generan nuevos nodos. Esto se debe a la neuroplasticidad o capacidad del sistema nervioso para cambiar su estructura molecular y su funcionamiento a lo largo del tiempo, e incluso para regenerarse, como respuesta adaptativa a la diversidad del entorno, a los estímulos o daños.
En consecuencia, se pueden desarrollar diferentes niveles de alfabetismo. El más elemental es el que permite identificar letras y unir fonemas para “decodificarlos”; a ese nivel no hay abstracción ni interpretación del texto más allá de la literalidad (y si la destreza es muy básica, podría ni siquiera comprenderse plenamente lo literal). Si se ejercita de forma permanente, la lectoescritura crea capas de circuitos más complejos sobre las capas anteriores, lo cual propicia diversas formas de lectura, desde ojear hasta sumergirnos por completo en una obra. Esto permite extraer diferentes resultados de la lectura, trascender lo literal, discernir entre los contenidos, reflexionar de forma crítica, adquirir nuevos conocimientos, asociarlos con otros previos, y crear pensamientos, entre otras cosas.
El contexto en el que se desenvuelve cada persona tiene una incidencia determinante en el proceso de alfabetización: la calidad de la educación recibida, el método con que aprendimos a leer, si leemos con asiduidad, si tenemos acceso permanente a textos y libros, el grado de complejidad de estos, el clima educativo que nos rodea, el nivel y la calidad de atención con que leemos, entre otros factores, hacen toda la diferencia.
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Diferencias entre lectores
Cómo se da el acto mismo de leer dicta el grado de consolidación de la información en nuestra memoria. Cuando se ojea un reporte, un documento o un artículo, como ocurre a menudo cuando navegamos en internet, se lee menos de lo que el texto realmente puede comunicar. Dar una vista rápida, dice Wolf, es un mecanismo de defensa ante la abrumadora cantidad de información que nos rodea para permitirnos tener una idea de lo que hay en el mundo, pero ¿cuánto absorbemos?
También es importante el medio en que leemos. No podemos abordar el e-mail con la misma intención, atención y dedicación con que abordamos un escrito relevante como una obra literaria o de filosofía, un artículo científico o un libro de historia. La investigación científica demuestra que cuando se alcanza ese estado de lectura profunda, al punto de reflexionar sobre lo que leemos, el cerebro se activa por completo, ambos hemisferios y todas las regiones. Ese estado más profundo —casi contemplativo— de lectura es el ideal al que toda sociedad debe aspirar para que sus miembros vivan mejor, se comuniquen mejor y alcancen mayor bienestar individual y colectivo.
En síntesis, el jugo que le sacamos a un texto depende más del grado de alfabetismo, del contexto y de la forma en que interactuamos con él, que del texto en sí mismo. Así, un mismo escrito deja impactos muy diversos en lectores, incluso de la misma edad y con el mismo nivel de escolaridad formal.
Si en este momento hacemos una prueba de comprensión de lectura a un grupo de estudiantes de cuarto grado, pero de comunidades educativas distintas —por ejemplo, de escuela pública, privada, bilingüe, unidocente, rural, costera y de la GAM, respectivamente—, veríamos enormes disparidades en la calidad de asimilación de cada uno. Desafortunadamente, los años de escolaridad no son parámetro fiable para presumir el nivel de alfabetismo ni de aprendizaje de una persona.
A las inequidades estructurales entre el centro, el campo y las costas del país, la creciente desigualdad y la persistente pobreza, entre otras que afectan el aprendizaje, se sumaron dos años de interrupciones de clases por huelgas y dos de cierre de aulas como respuesta —inadecuada y violatoria del derecho a la educación— a la pandemia.
Diagnósticos
Varios organismos internacionales calculan que, a consecuencia de los cierres durante la pandemia, en el mundo el 70% de la población de 10 años está en situación de pobreza de aprendizajes; por lo tanto, no pueden leer y comprender un texto simple. En muchos países se hicieron pruebas diagnósticas para paliar las pérdidas educativas, nivelar y avanzar. En Costa Rica aún no se efectúa una medición estandarizada en primaria y secundaria que permita conocer el estado de los aprendizajes en el sistema público. Sin esa información, es imposible hablar de recuperación y avance.
En el 2018, último año en que realizaron las pruebas PISA, los estudiantes puntuaron muy bajo en competencias lectoras: el 74% no superó los 2 niveles inferiores de desempeño. El más reciente Informe del Estado de la Educación advirtió que durante el 2020 la reducción del currículo de español en primaria implicó omisiones cercanas o superiores al 50% en los contenidos totales, con mayor reducción en segundo y sexto grado. En ese año, los mayores recortes de contenido se dieron en expresión y comprensión (apenas un 38% del plan de estudios en primero y segundo grado; a partir de tercero, fue casi nulo).
El alfabetismo es fundamental para progresar en las etapas educativas; la lectoescritura es la base sobre la que se cimentan otros conocimientos, como las matemáticas y las ciencias. Es, además, esencial para el desenvolvimiento pleno, autónomo y normal de toda persona a lo largo de su vida. Por eso y porque, como hemos visto, es un proceso complejo que requiere guía y apoyo pedagógico, lograr que el 100% de la población estudiantil desarrolle un nivel óptimo de alfabetización es prioritario y apremiante. El desarrollo humano, el crecimiento económico, la paz social y la estabilidad democrática no son sostenibles en una sociedad semianalfabeta.
Para recuperar las enormes carencias educativas derivadas de la deficiente gestión de la pandemia en gran parte de países, un conjunto de entidades recomiendan el abordaje RAPID (por sus siglas en inglés). La A hace referencia a la evaluación (assesment) regular y periódica de los aprendizajes y la P, a priorizar la enseñanza de lo básico.
Nuestro sistema educativo sufre un deterioro sostenido desde hace años, y vertiginoso en el último cuatrienio. La jerarca del Ministerio de Educación dejó entrever un plan ambicioso que, en tiempos normales, sería ideal. En las condiciones actuales, para que dé resultados es requisito ineludible aplicar primero el método RAPID, en especial la A y la P. Si no garantizamos el derecho a leer a toda la población estudiantil, no habrá terreno fértil para sembrar las reformas que nos permitan dar el salto a la excelencia y la equidad educativas.
La autora es administradora pública.