Viajamos a Washington D. C. con el plan de visitar museos y conocer los monumentos y locaciones que vieron desarrollarse tanto algunos hitos en la historia de los derechos civiles y políticos cuanto algunas buenas películas apocalípticas de Hollywood.
Sin embargo, en ningún momento calculamos que estaríamos en la ciudad para la segunda toma de posesión de Donald Trump.
La experiencia comenzó en el embarque, cuando vimos subir al vuelo de modo preferente a los invitados y fans de MAGA (Make America Great Again), el movimiento del impresentable showman que, junto con su par, Elon Musk, gobierna hoy los Estados Unidos.
Más todavía: en el vuelo tuve por vecino a un hombre joven, alto y fortachón que no se quitó la gorra roja distintiva de su club político en lo que duró el viaje y tampoco probó bocado, en mi opinión, porque estaba capturado por el terror a volar, quizás por primera vez en su vida de cuasi red neck (campesino).
Además de observar su comportamiento y el de sus amistades, que viajaban en los asientos a nuestro alrededor, por deformación profesional pensé en entablarle conversación para tratar de comprender su modo de ver el mundo.
Preferí esperar a que estuviéramos más o menos cerca del aterrizaje para que la cosa fuera breve si se volvía incómoda, a pesar de que, hasta ese momento, todo el grupo de MAGA, mayormente personas “blancas” y rubias, había actuado con educación, incluso ofreciendo su ayuda para acomodar nuestro equipaje de “latinas”.
Cuando por fin inicié mi experimento, comentando a mi vecino sobre la apabullante belleza de las Rocky Mountains, de donde veníamos, apenas respondió a modo de eco: “Sí, es un país hermoso”, pues, de inmediato, sus amistades construyeron un muro a su alrededor –o le tiraron un lazo al estilo de los cowboys de la serie Yellowstone, lo que usted prefiera–, mediante preguntas y comentarios que impidieron el despliegue de nuestra conversación.
El entusiasmo con que rápidamente él mismo se involucró en el coloquio de sus pares me hizo comprender que la interrupción era también su propio salvavidas frente a la interacción conmigo. Y ese fue el fin de mi efímero intento.
Ya al ir saliendo del avión, pude notar que la conducta educada del grupo coexistía con su condescendencia hacia sus vecinas “latinas” y sus burlas privadas sobre el asistente de pasajeros evidentemente gay que nos atendía. Es decir, que lo cortés no les quitaba lo MAGA.
Capitanes, ladrones o ambos
En su libro El capital en el siglo XXI, Thomas Picketty concluye que, en las crisis de ciclo largo del capitalismo, como las de los años 30 y 70 del siglo XX, las revoluciones tecnológicas fueron el factor clave que logró rediseñar e impulsar la economía mundial para la siguiente etapa, mientras que las típicas recetas ya sea de ajuste o de expansión del gasto público –que algunos convierten en ideologías y por las cuales despliegan confrontaciones épicas–, solo cumplieron un papel secundario.
Estamos hablando de esos momentos históricos de transición en los cuales quienes tienen el poder financiero necesario luchan por hegemonizar los futuros mercados. Son los episodios que en el pasado y ahora también desataron guerras comerciales que no en pocas ocasiones derivaron en guerras “calientes”.
Los “capitanes de la industria”, algunos de los cuales en la cultura anglosajona son igualmente llamados robber barons (barones ladrones), fueron quienes, con sus capitales, acumulados a veces de modos antiéticos, financiaron las revoluciones industriales.
En el siglo XIX, los Rockefeller, Morgan, Vanderbilt o Carnegie, por mencionar algunos, lograron monopolizar los beneficios del petróleo, la bolsa de valores, el algodón, los ferrocarriles y, con sus fortunas, incluso crearon fundaciones para las artes o para la beneficencia.
Originado en la promesa de movilidad social ascendente de la Constitución estadounidense para cada individuo de permitirle el desarrollo de sus capacidades en busca de la felicidad –en contraste con la rigidez social europea de entonces–, la aspiración del “sueño americano” se amplificó en el imaginario social durante la Gran Depresión de los años 30, con los pactos logrados después en cuanto a los estados de bienestar.
Bien sabemos hoy que ese sueño estadounidense de igualdad para todos debió ser llenado de contenido por las luchas contra la esclavitud, el racismo, la subordinación de las mujeres y la explotación de las personas trabajadoras. Sin embargo, hoy, pretende ser capitalizado por Trump, Musk y otros nuevos “capitanes de industria” o robber barons que actúan abiertamente como truhanes.

Redefine y vencerás
En las interminables filas que esperaban en Washington D. C. para entrar al Capital One Arena, donde Trump haría un rally o actividad política previamente a su inauguración como presidente, podían distinguirse personas de casi todas las características demográficas de los Estados Unidos, incluidas latinas y afrodescendientes, tal y como variados fueron los votos que, cautivos en una suerte de síndrome de Estocolmo, lo llevaron a poner el pie por segunda vez en la Casa Blanca.
Utilizando y a la vez siendo usados por el más conservador de los partidos tradicionales, Trump Musk y el económicamente poderoso caucus evangélico del Proyecto 2025, están puliendo el arte de atribuirse la potestad de redefinir no solo quiénes cumplen el concepto de lo “americano” del “sueño” en términos raciales, sino la Constitución misma, la democracia y el derecho internacional.
Así se entiende mejor por qué, para el autoritarismo, deslegitimar al Poder Judicial cuando no lo controla es la pieza número uno de la estrategia, ayudada por el desconcierto inicial que siempre embarga a quien recibe puñetazos en la cara y cuya guardia se encuentra baja.
Pero la polarización como método, ese tirar golpes aquí y allá para nublar la vista, dividir y manipular al votante en la dirección buscada, aunque sea truculenta e ilegal, multiplica su capacidad de corroer el sistema democrático cuando quien lo hace es uno de los países militar y económicamente más poderosos. Porque el mensaje de impunidad hacia las conductas antidemocráticas que envía al mundo es muy claro.
Cuando, atenido a esa permisividad, el autoritarismo local se acoge cada vez con mayor descaro a la conspiración conservadora, se hace urgente cortarle la viada a su intento de deslegitimar y redefinir nuestra propia democracia.
Para ello, es indispensable arrebatarle los argumentos con los que manipula los justos reclamos de la gente. La mejor defensa de la democracia costarricense es tomar la iniciativa del cambio, modernizarla para que sea útil y oportuna a las necesidades de las personas, atreverse a hacer pronto las reformas necesarias.
María Flórez-Estrada Pimentel es doctora en Estudios Sociales y Culturales, socióloga y comunicadora. Twitter @MafloEs.