Ningún detalle de la incursión de Hamás el 7 de octubre del 2023 en el sur de Israel dejó de estar cuidadosamente planificado. No hubo víctimas incidentales. Todas fueron deliberadas. Los atacantes tenían claros sus objetivos y ninguno era específicamente militar. No se trataba de tomar posiciones y mucho menos de sostenerlas, tampoco de dañar significativamente el aparato militar israelí.
El propósito era iniciar una conflagración regional para marcar el comienzo del fin del Estado judío. Para lograrlo, cuanto más sufrimiento e indignación, mejor. Por eso, la brutalidad desplegada contra familias pacíficas, refugiadas en sus kibutz, y contra jóvenes reunidos para divertirse en un festival de música. Por eso, las vejaciones y la exhibición de los secuestrados como si fueran trofeos. Por eso, también, la indiferencia a la edad o sexo de las víctimas.
Pero si la barbarie estaba incorporada al plan y los comandos lo ejecutaron con fidelidad, pensar en los planificadores causa más escalofríos. Idearon el ataque y sus objetivos. Transmitieron las instrucciones con la misma sangre fría requerida para ejecutarlas y mantuvieron el control de las operaciones mientras se desarrollaban. Los crímenes cometidos en caliente son repugnantes, pero su ideación en frío implica una crueldad superlativa.
Otro tanto vale para el inevitable cálculo de las consecuencias. Personas con la inteligencia desplegada para sorprender a las fuerzas armadas israelíes, causar cerca de 1.200 muertos en su territorio y regresar con unos 250 rehenes, no pudieron pasar por alto la posibilidad de una respuesta devastadora.
Según las autoridades sanitarias de la Franja de Gaza, el pequeño territorio ha sufrido 42.200 muertos y 98.400 heridos, la gran mayoría inocentes atrapados en la confrontación. Tampoco en su caso hay distinción por sexo o edad. Las ciudades han sido arrasadas y faltan provisiones esenciales. La despreocupada aceptación de ese resultado, aunque fuera imaginado apenas como una posibilidad, exige deliberaciones tan desalmadas como la decisión de construir instalaciones militares debajo de los hospitales.
Los planificadores de esos hechos, mucho más que sus ejecutantes, son la definición del terrorista, despiadado e indiferente al dolor ajeno. Entre ellos destaca Yahia Sinwar, muerto el miércoles en Gaza, luego de dedicar años a la minuciosa planificación del 7 de octubre. Paz a los restos de sus víctimas, de uno y otro bando.
Laboró en la revista Rumbo, La Nación y Al Día, del cual fue director cinco años. Regresó a La Nación en el 2002 para ocupar la jefatura de redacción. En el 2014 asumió la Edición General de GN Medios y la Dirección de La Nación. Abogado de la Universidad de Costa Rica y Máster en Periodismo por la Universidad de Columbia, en Nueva York.
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