Si la ciudadanía no hace algo, cantado está que la próxima campaña electoral será una pura competencia de insultos, golpes en el pecho, tiktoks, mentiras y posverdades, alimentada por los peores usos de la inteligencia artificial.
¿Por qué tanto optimismo el mío? El ramillete de partidos que competirán no augura nada bueno. Abundan los partidos taxi (cascarones en alquiler al mejor postor) y los partidos tradicionales y agrupaciones emergentes tienen estructuras y liderazgos muy débiles. Es el caldo de cultivo perfecto para liderazgos irresponsables con programas de gobierno de mentirillas, cuyo único interés será posicionarse como ese macho o macha alfa del descontento ciudadano que acabará con todos nuestros males y con los malos también. Esa película ya la vimos.
No es que vengamos de un pasado idílico de campañas “de altura”. ¡Qué va! En las épocas cuando había partidos con organización y base de fieles, ya estaban llenas de codazos y patadas. Sin embargo, también es cierto que los partidos se preocupaban por formular algunas promesas que tomaban en serio y procuraban cumplir si ganaban. Eso ahora ya no va, porque las elecciones son una competencia de personalidades cuyos únicos compromisos son con sus financistas y con sus ansias de poder.
Las elecciones del 2026 son la última oportunidad en esta década para reencauzar el rumbo nacional y empezar a solucionar los desafíos que nos urge: la desconexión entre crecimiento y empleo, el grave retroceso educativo, la delincuencia organizada (principal causa de la inseguridad ciudadana), y reformular el ajuste fiscal y la sostenibilidad de nuestros sistemas de pensiones. Nada de esto lo está resolviendo el sistema político en este momento, enfrascado como está en la confrontación.
Nadie puede inventarse un sistema de partidos en seis meses. Importar una sucursal de Bukele, el dictador que preside una economía estancada que es la mitad de la de Costa Rica, tampoco sirve. ¿Entonces qué hacer? Es la hora de que la ciudadanía se espabile. Que organizaciones empresariales, laborales, académicas y comunales conversen entre ellas y acuerden ciertas prioridades compartidas y urgentes de política pública. Y entreguen esas ideas a los partidos. Así, quien gane las elecciones tendrá una cartografía de lo que podría hacer en el gobierno. La ciudadanía no tiene por qué avalar un circo y arriesgar nuestra democracia y futuro.