La sociedad costarricense está inmersa en una peligrosa tendencia en la que se afianzan la violencia verbal y física, el odio, la intolerancia y, con ello, el valor de la vida
Para mantener y nutrir la paz social, es vital que abramos los ojos, afinemos los oídos y seamos críticos. Quizás no lo captamos en medio del ruido, pero la sociedad costarricense está inmersa en una peligrosa tendencia en la que se afianzan la violencia verbal y física, el odio y la intolerancia, lo cual redunda en la desvalorización de la vida humana.
El desprecio por la vida se evidencia en peroratas como la de un populista que se declaró despreocupado por la ola de homicidios sin precedentes, aduciendo que “de por sí, se matan entre ellos”, en alusión a los narcotraficantes. Se refleja en el trastornado que amenazó de muerte a dos diputados durante una sesión del plenario o en la agresividad de la perturbada que conminó a golpear a un legislador por dudar de su caudillo. También en el alucinado de 70 años que instigó a hacer daño a siete magistrados que obligaron al gobierno a cumplir la ley.
Estos seres son imitación de las diatribas que emanan de la Casa Presidencial. Son rostros de los 1,4 millones de mensajes de odio que la Organización de las Naciones Unidas detectó en redes locales en el 2023, un 50 % más que un año antes.
En río revuelto, ganan pescadores. Alimentar la polarización tiene un fin, por ahora, difícil de descifrar, aunque exitoso en distraer y atraer a la población más vulnerable o inculta. Con verborrea se intenta agrupar a los más pobres con el pretexto de protegerlos de los más ricos. Sin embargo, con pactos bajo la mesa, se les deprecia su vida al recortar la ayuda estatal para becas, bonos de vivienda, alimentos y otros subsidios. Viéndolos a los ojos, se les engatusa con la economía jaguar; por la espalda, el zarpazo. Se les empuja a caer en las redes del narco, sicariato, robo y asalto al cercenarles oportunidades de superarse académicamente y de obtener trabajos formales. Sus vidas las devalúa el gobierno.
Los discursos de intolerancia y violencia con que se les pesca también se impregnan en otros sectores sociales. Lo vemos en la creciente agresividad entre vecinos de barrios, automovilistas, escolares, colegiales y hasta parejas. Es vital que el gobierno renuncie a esa invectiva, pero también, que los ciudadanos actuemos con criticidad, reprensión y repulsión ante esa estrategia política.
Ingresó a La Nación en 1986. En 1990 pasó a coordinar la sección Nacionales y en 1995 asumió una jefatura de información; desde 2010 es jefe de Redacción. Estudió en la UCR; en la U Latina obtuvo el bachillerato y en la Universidad de Barcelona, España, una maestría en Periodismo.
En beneficio de la transparencia y para evitar distorsiones del debate público por medios informáticos o aprovechando el anonimato, la sección de comentarios está reservada para nuestros suscriptores para comentar sobre el contenido de los artículos, no sobre los autores. El nombre completo y número de cédula del suscriptor aparecerá automáticamente con el comentario.