El populista tiene, en sus seguidores, un eco que le replica, como el espejo de Narciso, su mensaje manipulador y que, a la vez, es un coro que lo aplaude sin reflexión.
Crea un monólogo incuestionable que se arroga el privilegio de la Verdad, y cuando se intenta contradecirlo, reacciona no con verdaderas ideas, sino con argumentos falaces que tienden a descalificar a quien o a quienes lo cuestionan, con calificativos como “mentirosos” o más, expresiones que, supuestamente, invalidan su argumentación: son comunistas o corruptos, o por su condición de género.
La preocupación a escala nacional e internacional por la deriva autoritaria, es decir, de tendencia dictatorial, de este gobierno no es invento ni imaginación de los adversarios. Ahí están, a la vista, flagrantes, los hechos y los dichos de Rodrigo Chaves.
Se molesta porque se le acusa de tener poses dictatoriales. Entre ellas, el acosar medios de prensa que lo denuncian o lo critican. ¿No hemos visto sus declaraciones expresas y la de su lugarteniente Cisneros desvirtuar reiteradamente a la “prensa canalla”?
En un comunicado de la Iniciativa Democrática de España y las Américas (IDEA), que alerta sobre esta situación en Costa Rica, firmada por veintisiete expresidentes, entre ellos seis de Costa Rica, tergiversa el texto atribuyéndoles a estos últimos el haber hecho una comparación de Costa Rica con Nicaragua, Cuba y Venezuela.
Mala lectura que no obstante lo lleva a proferir la grosera expresión para los expresidentes: “Escupir la bandera” y repite “escupir el pabellón”, como si desconociera la sinonimia de estas palabras.
Intenciones explícitas
Pero, además de este embate contra la prensa, son muchos los indicios de la intención autócrata de Chaves. Entre ellos, el combate de algunas instituciones fundamentales de nuestra tradición democrática republicana, como las universidades públicas, principalmente la Universidad de Costa Rica (UCR), instituciones estas donde precisamente se genera la mayor parte del pensamiento crítico de los pueblos.
Esto hace pensar en aquel fatídico “muera la inteligencia” que Millán-Astray espeta contra Miguel de Unamuno, rector de la Universidad de Salamanca.
Llama mentirosos a los rectores y a los estudiantes, “esbirros” (¿conoce el verdadero sentido de esta palabra?).
El desvirtuar el verdadero sentido de las palabras es un signo inequívoco de ignorancia y de descomposición política y social. Así, en sus alegatos, otros han sido “filibusteros”, “sicarios” etc.
Consciente de este tipo de discurso y de su vocabulario, de corte prepotente y chabacano, como ha sido su estrategia hasta este momento, cabe preguntarse si cuando dice a los expresidentes que “él no habría llegado al poder de no ser por la forma en que gobernaron”, ¿debe deducirse que, por responsabilidad de ellos, ahora merecemos un gobierno autoritario?
El tiempo se agota
Ante la sugerencia de algunos para proponer cambios y dialogar, hasta el momento no ha dado ninguna muestra y tampoco el coro que lo aplaude, una masa mayoritariamente inculta, producto de la crisis educativa que ve con simpatía este autoritarismo para la solución de nuestros acuciantes problemas y que, en algunos de esos sectores, ya profesan admiración por algunos gobiernos autócratas de nuestro vecindario.
Los que aún confían en que el diálogo y la concertación son posibles no debieran olvidar que el eco-espejo es refractario y Narciso solo se complace en su imagen.
Por ello, los ciudadanos que valoramos el acervo democrático y republicano que ha caracterizado dentro y fuera al país, debemos organizarnos políticamente y mediante los canales que la democracia exige, antes de que sea demasiado tarde.
El autor es catedrático de la UCR.