El 2022 dejó el paisaje político de América Latina pintado de rosa. Sería un gran equívoco deducir de las victorias electorales de los partidos de izquierda, desde Chile y Colombia hasta Brasil y Perú, que los pueblos latinoamericanos hicieron un viraje ideológico. Este giro hacia partidos de rechazo al statu quo fue, más bien, expresión de la creciente hegemonía de la insatisfacción social.
Lo anterior se reveló también en Europa. Ahí el movimiento electoral tomó un rumbo opuesto, con un reforzamiento de la derecha. Pero esa progresiva dominancia reaccionaria también expresa un hastiado descontento con la institucionalidad imperante.
Fueron movimientos pendulares, en sentido contrario de las fuerzas dominantes a los dos lados del Atlántico. Por doquiera avanza la desigualdad, crece la pobreza, se agudizan los contrastes territoriales, se deteriora la educación pública, en fin, el futuro de grandes mayorías es cada vez más incierto. Ni Europa va a la derecha, ni Latinoamérica va hacia la izquierda. Es la democracia la que está en la picota.
En votos se mide el desempeño del contrato social. Los pueblos votan por esperanza o castigo. En el corazón del sufragio palpitan techo, comida, salud, educación y expectativas de progreso. Su discordancia se resume en una palabra gastada de tanto uso: pobreza. Este concepto denuncia un contrato social fracturado y la ira de los pueblos en las urnas advierte que se aproximan tiempos de tormentas. Es una bomba de tiempo, dice Fernando Castillo, irreprochable representante de la institucionalidad constitucional costarricense.
‘Las venas abiertas de América Latina”
Desde la Colonia, los caminos de los pueblos de América Latina estuvieron sembrados de dolor. Eduardo Galeano hizo un recuento de sufrimientos que llamó Las venas abiertas de América Latina. La independencia trastocó el dominio español en tiránicas estructuras oligárquicas militares. En el ambiente de la Guerra Fría, los Estados Unidos vieron como peligro geopolítico las luchas sociales con liderazgo izquierdista. De ahí derivó su apoyo a las tiranías.
La caída del muro de Berlín y la superación de un mundo dividido en bloques dio un respiro a las luchas ideológicas en América Latina y abrió una ventana a formas políticas generalmente democráticas. A eso se sumó la globalización, abriendo una burbuja de oportunidad que generó progreso económico, condición básica para superar contradicciones sociales y rezagos productivos. Eso, si se aprovechan.
Los últimos 30 años fueron el mejor período de estabilidad política y crecimiento económico de la región. Salvo escasas excepciones se gozó de transición pacífica de administraciones de gobierno y progreso de la institucionalidad.
Lastimosamente, los países de América Latina no aprovecharon en toda su dimensión el bono democrático y la bonanza comercial de ese período que no se tradujo en una superación de sus problemas estructurales. Una vez más se confirma la perfecta y posible convivencia del progreso con la miseria. A la larga no es sostenible, pero mientras tanto mucho dolor puede correr por el río.
De esas carencias de cumplimiento de promesas democráticas se ha derivado una aguda y generalizada inestabilidad sociopolítica. A pesar de la considerable heterogeneidad de la región, su sistémica dualidad productiva, económica y regional es muy parecida. Cada país se ha fragmentado en dos. Cada segmento poblacional se encuentra a uno u otro lado entre progreso y miseria.
Una Latinoamérica social y productivamente escindida ha derivado en una acentuada división política. La insatisfacción con el orden establecido no ha podido ser satisfecha con la alternabilidad de los partidos tradicionales. La democracia formal de los sistemas de partido vive una crisis sistémica de representatividad.
División
Y entonces nos sorprendió la historia. Imbuidos en una zona de relativo confort, dimos por descontadas las condiciones internacionales de un período propicio para el progreso. Eso está terminando. Es un posible cambio de época. Enrique Iglesias considera que se están trastornando todos los sistemas de seguridad geopolítica de la posguerra. Nos amenaza un retorno a un pasado dividido en bloques.
Chile representa el paradigma más emblemático de un progreso que esconde miserias. Durante años, primó el ejemplo chileno como paradigma neoliberal exitoso. El fracaso del cacareado modelo chileno hundió al país en una crisis política que aún no termina. Lo mismo o parecido podría decirse de otros países. Argentina, por ejemplo, no supera su retraso estructural y su dualidad productiva y territorial, pero gana tiempo a la tormenta, inundando de subsidios estatales la vida social, con más de 20 tipos de cambio, uno para cada actividad subvencionada.
En Brasil, el reciente triunfo del Partido de los Trabajadores no cambia las premisas esenciales de un país en plena crisis de intermediación política. No solo se han agudizado sus problemas sociales, sino que ahora las circunstancias comerciales y políticas mundiales son mucho menos favorables que en el primer exitoso gobierno de Lula.
Colombia está apenas superando su endémica guerra civil. En este país de sistémica continuidad de gobiernos de derecha se abrió un nuevo período político con la victoria electoral de Gustavo Petro. A ese triunfo le esperan tareas inmensas y obstáculos igualmente formidables.
Perú representa el caso más extremo del colapso de la democracia de partidos en América Latina. Su descomposición partidaria demuestra la disfuncionalidad de la institucionalidad peruana. La destitución de Pedro Castillo acaba apenas de comenzar otro terremoto político. Estos ejemplos reflejan la fragilidad de la ola rosa.
Con tareas incumplidas, tiempos de turbulencia desafían la democracia. La realidad latinoamericana apunta a un dilema muy profundo: o la democracia demuestra su capacidad de satisfacer el contrato social de progreso humano equitativo, en el que se funda, o pierde su sentido de validez histórica. Así de grave veo yo el problema.
Velia Govaere, exviceministra de Economía, es catedrática de la UNED y especialista en Comercio Internacional con amplia experiencia en Centroamérica y el Caribe. Ha escrito tres libros sobre derecho comercial internacional y tratados de libre comercio. El más reciente se titula “Hegemonía de un modelo contradictorio en Costa Rica: procesos e impactos discordantes de los TLC”.