Decía Ferrater Mora, el más importante filósofo catalán del siglo XX, que entre las cuatro principales virtudes de la sociedad catalana estaba el “seny”, palabra difícilmente traducible al castellano, pero que podríamos equiparar a “tino”.
Esta, según la Real Academia Española, se compone tanto de la mesura y la prudencia en una acción, como del consiguiente éxito en la consecución de sus objetivos.
El tino, entonces, tiene que ver con la capacidad para ponderar y con la eficacia para acertar. En suma, con la destreza para dar en el blanco. El llamado “procés”, la delirante huida hacia adelante del independentismo catalán, es su más absoluta negación.
El secesionismo catalán es una patética muestra de insensatez, una clamorosa falta de seny en ambos sentidos. Lo es por lo que tiene de arrebato irracional como acción y lo es por lo ineficaz que, de cara a sus objetivos, ha resultado esa acción.
El tino de una acción política se puede juzgar bajo distintos parámetros, como la justicia, necesidad o conveniencia de aquello a lo que se aspira o su potencialidad inclusiva para sumar voluntades, pero el principal criterio para valorarlo, sin duda, es la eficacia de la acción, distintivo de toda acción política atinada.
Por eso el gran Josep Tarradellas, campeón de la autonomía catalana, decía que “en política se puede hacer todo menos el ridículo” y que, para evitarlo, era menester distinguir entre “cosas que se pueden hacer, cosas que no se pueden hacer y cosas que no se pueden hacer y además es mejor no intentar hacerlas”.
Aciertos y desaciertos. El mamarracho de referendo del 1.° de octubre no se podía hacer. La declaración unilateral de independencia (DUI), hecha a pasitos y con la boca pequeña, el 10 y 27 de octubre, no se podía hacer y era mejor no intentar hacerla.
Su consecuencia fue la legítima aplicación del 155 constitucional por parte del Gobierno y del Senado españoles, así como la persecución penal de los malversadores sediciosos del Poder Judicial. En palabras de Santi Vila, conseller de empresa del Govern catalán, “queríamos llevar a Cataluña hacia la preindependencia y la hemos llevado hacia la preautonomía”. ¿Existe mejor definición de desatino que esta?
Una asombrosa torpeza política, una y otra vez repetida en la historia de Cataluña. Al fin de cuentas, ¿por qué Castilla (y no Cataluña) impuso su hegemonía en la península ibérica? Para Ortega y Gasset era obvio: “No se le dé vueltas: España es una cosa hecha por Castilla, y hay razones para ir sospechando que, en general, solo cabezas castellanas tienen órganos adecuados para percibir el gran problema de la España integral”.
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Uno de sus excesos spenglerianos, sin duda, pero ciertamente la razón está en la historia, en una historia de aciertos y desaciertos políticos.
Mientras los castellanos se enfocan en expulsar a los musulmanes y reconquistan Granada, los catalanes insisten en disputarle a Francia el insignificante Rosellón, que finalmente Francia se dejó.
Mientras los castellanos apuntan al oeste y se topan un continente, los catalanes se dirigen al este, al ya saturado Mediterráneo. Mientras los castellanos, en la guerra de sucesión apoyan a los Borbones, los catalanes apoyan a los Habsburgo, que acaban transando y abandonándolos.
Mientras los castellanos, en las guerras carlistas, enfrentando la ley sálica, son isabelinos (liberales centralistas), los catalanes apoyan a Carlos (conservador que ofrece restaurar su autonomía), que acabará siendo derrotado. Y una más: se alzan en 1934 contra la República, el régimen que les había permitido recuperar su autonomía, en una nada planificada y confusa declaración de independencia que solo tardó 10 horas en ser aplastada.
Ridículo. El último de estos disparos al propio pie, el más ridículo, fue la DUI de octubre pasado. Fue el desenlace de una deriva impostada por la derecha catalana, corrupta hasta la médula, contra la que ya advirtió en su día el mismo Tarradellas.
Tras décadas de escupir contra la Constitución de 1978 (aprobada por más del 90 % en Cataluña, superando la media nacional y garantía del régimen que le ha dado a España sus años de mayor bonanza, respeto de los derechos humanos y concordia entre sus territorios), tras años de repetir “España nos roba” mientras, como un cartel mafioso, cobraban un “peaje” del 3 % a su propio empresariado, y tras años de envenenar la mente de sus niños con una mezcla de victimismo colonial y supremacismo racial (que tan poco luce a una de las comunidades más ricas de España y cuya población es indistinguible de la del resto del país para cualquier observador externo), tras años de todo eso y acorralados por una calle encendida por los recortes y que no reculaba ante la represión de sus Mossos d’Esquadra, se sacaron de la chistera que eran independentistas.
Fue entonces cuando a esa élite política conservadora se sumó un sector de la izquierda catalana, el sector nacionalista, o, lo que es lo mismo, el de la izquierda despistada que no se enteró nunca de que la izquierda debe ser internacionalista.
Una izquierda republicana que desoyó al señor Tarradellas para seguir al capo Pujol y una izquierda radical, euroescéptica, que rechaza incluso la moneda común. Una y otra apoyando un proceso cuyo principal móvil nunca ha sido, para su conservadora vanguardia, la construcción de una sociedad más igualitaria, sino el deseo de no tener que aportar dinero para las escuelas y los hospitales de extremeños y andaluces. A pesar de todo, debe reconocerse que a estas izquierdas les ha resultado rentable electoralmente el menjunje ideológico.
Tensiones. A la derecha no. Artur Mas, su líder, cada vez es menos. En el 2011, cuando se reconvirtió en independentista, CiU tenía 62 diputados. Innecesariamente, adelantó las elecciones en el 2012 y obtuvo 50.
En el 2015, las tensiones por este tema destrozaron a la histórica coalición con la que siempre gobernaron en Cataluña. Establecieron otra en favor de la independencia, ahora con la izquierda republicana, y entre ambas perdieron otros 9 escaños.
A raíz de ello, en los primeros días del 2016, Mas debió renunciar a ser president para obtener el respaldo de la izquierda radical al “procés”, imprescindible para formar gobierno dada la sangría de votos sufrida.
El pasado marzo, el Tribunal Superior de Justicia de Cataluña lo condenó a dos años de inhabilitación para cargos públicos por un remedo de referendo previo al de este año y el Tribunal de Cuentas lo condenó a pagar los más de 5 millones de euros que costó al erario ese teatrillo electoral. Si no paga, le serán embargados sus bienes personales. ¡Todo un maestro de la estrategia política!
No siento pena por estos políticos y me parece muy bien que acaben en prisión. No solo han arruinado la convivencia entre catalanes y entre catalanes y el resto de los españoles. No solo han afectado su economía. Han mentido descaradamente. Dijeron que, fuera de España, se mantendrían en la Unión Europea, desde donde por activa y por pasiva les han dicho que no.
Dijeron que los bancos se quedarían y hasta sus más representativos se han trasladado a otras comunidades españolas. Dijeron que las empresas se pelearían por llegar a la Cataluña independiente y más de 3.000, algunas emblemáticamente catalanas, ya trasladaron su sede social.
Dijeron que obtendrían el reconocimiento internacional y desde EE. UU. hasta las más distintas cancillerías latinoamericanas, pasando por la Unión Europea, les han dicho que no. Se han quedado solos en su delirio, apoyados solo por la comparsa de Caracas y las cloacas cibernéticas de Moscú.
Ahora esos políticos dicen ser presos políticos y Human Rights Watch les dice que no. Dicen que España no es una democracia y que no hay libertad, pero el Democracy Index de The Economist y Freedom House, ubican a España por encima de la media europea, incluso por encima de Bélgica, a donde huyeron a decirlo.
En el mundo actual, para que una élite política lidere un proceso de independencia requiere tener la capacidad de: 1) ejercer el poder de facto en el territorio sobre el cual reclama autoridad, 2) iniciar un proceso constituyente que legitime las instituciones necesarias y 3) obtener el reconocimiento internacional. Gracias a documentos incautados por la Guardia Civil, hoy sabemos que desde hace mucho Puigdemont, Junqueras y compañía sabían que el referendo ilegal y la DUI eran inviables, pero lo negaron.
Les mintieron a miles de catalanes honestamente equivocados, para usarlos de carne de cañón en los colegios, para que recibieran los garrotazos que necesitaba su propaganda. Darían risa, si no fueran tan dañinos.
El autor es abogado.