Mi primer deseo es que adolescentes y jóvenes dejen de morir por homicidios o suicidios y que no se conviertan en sicarios, por su bien.
El 41 % de las víctimas de homicidio tienen entre 15 y 29 años, el 93 % son hombres y el 64 % mueren en enfrentamientos por ajustes de cuentas.
El 40 % de quienes se quitaron la vida están en sus 30 años, el 85 % son hombres y el mayor incremento en el pasado lustro se dio en muchachos con edades entre los 15 y 24 años.
Subyacen como causas la expulsión escolar, la ausencia de oportunidades, la desigualdad, el narcotráfico y el género, que se conjugan para la explosiva violencia juvenil autoinfligida o contra terceros.
Mi segundo deseo es que el sistema escolar no expulse a adolescentes, particularmente a los más vulnerables, y se les brinde educación de calidad.
La realización de este deseo requiere el involucramiento de la sociedad y exigir, en primer lugar, el presupuesto del 8 % del PIB que le corresponde a la educación. Además, urge reponerse de los rezagos educativos, ampliar la conectividad, evaluar y filtrar a los educadores y mejorar las condiciones de los que son buenos profesionales en docencia. No es posible que de casi 10.000 educadores que se gradúan solo 3.000 procedan de universidades acreditadas.
Debilidades detectadas
Las pruebas PISA pusieron al descubierto las enormes debilidades del sistema educativo, señaladas en detalle por el Informe Estado de la Educación.
El país se encuentra en el 5.° lugar de 13 Estados latinoamericanos que presentaron las pruebas y en la posición 57 entre 81 países del mundo, es decir, una caída de 8 puestos en el ranquin, pues en el 2019 ocupaba la posición 49 de 79 países. En la prueba, participaron 6.000 estudiantes de 198 colegios de Costa Rica.
Solo el 28 % de la población evaluada fue capaz de interpretar y reconocer cómo representar matemáticamente una situación simple. Lo deseable es alcanzar niveles más altos, en donde se espera que el estudiante modele situaciones complejas y pueda seleccionar, comparar y evaluar estrategias de resolución de problemas.
En la evaluación de lectura, el país obtuvo un promedio de 415, lo que significa un descenso de 11 puntos con respecto al estudio del 2018. El 53 % pudo identificar la idea principal en un texto de extensión moderada y hallar información explícita en el texto. Para progresar, el estudiante debe comprender escritos extensos, manejar conceptos abstractos y distinguir entre hechos y opiniones.
En ciencias, el promedio de 411 significa un descenso de 5 puntos en relación con la aplicación anterior. El 49 % logró reconocer la explicación correcta de fenómenos científicos cotidianos y usar ese conocimiento para determinar si una conclusión es válida en casos simples, con base en datos proporcionados.
Para subir en el escalafón, los estudiantes deben aplicar de forma creativa y autónoma el conocimiento científico a una amplia variedad de condiciones, incluso desconocidas.
La evidencia, sin embargo, no propicia una respuesta congruente con la magnitud del problema. El Ministerio de Educación Pública condena a miles de jóvenes a la precariedad educativa en el presente y el futuro.
Empleabilidad
Mi tercer deseo es que los jóvenes tengan acceso a empleos dignos. Un análisis del Colegio de Ciencias Económicas, de noviembre, concluye que los ingresos de la población joven retrocedieron a cifras del 2010. Los salarios de los no profesionales y de personas entre los 15 y 24 años están por debajo de los ¢352.165 del mínimo legal.
Esto significa que el poder adquisitivo se estancó, a pesar de que la economía sigue creciendo. A lo anterior hay que agregar que el desempleo de larga duración es casi tres veces superior que en personas adultas.
Salud
Mi cuarto deseo es que sean sanos y lleguen a la adultez con calidad de vida. En este asunto en particular, la atención sanitaria de adolescentes y jóvenes es una de las paradojas más grandes en el país
A finales de la década de los ochenta, se creó el Programa Nacional de Atención Integral en Salud Adolescente, con la decidida participación de la Caja Costarricense de Seguro Social (CCSS) y el Ministerio de Salud.
Fue pionero y modelo latinoamericano, y contó hasta con 100 clínicas en el territorio. Por razones políticas, se debilitó, y en la actualidad sobrevive con recursos mínimos, con un impacto extremadamente limitado.
Lo contradictorio es que, producto de la presión de diferentes grupos profesionales, en julio del 2018, la Junta Directiva de la CCSS aprobó la Política Institucional de Atención en Salud Adolescente, que se pensaba que iba a reactivar el sistema. Sin embargo, cinco años después, es mínimo lo ejecutado, sobre todo en la creación de servicios diferenciados para esta población.
En vista de este panorama, la acumulación de problemas de salud física y mental desatendidos continúan creciendo y la promoción y prevención, vitales para este grupo etario, desaparecieron.
Lo previsible es un deterioro mayor de las condiciones sanitarias de quienes están por debajo de los 30 años y el incremento de las enfermedades crónicas no transmisibles y las mentales en todas las edades.
Mi quinto deseo es que el Sistema Nacional de Protección, liderado por el Patronato Nacional de la Infancia, se acuerde de incorporar a la población adolescente, principalmente a los más vulnerables, en la Política Nacional de Niñez y Adolescencia 2024-2036, y a los planes y programas institucionales y del Consejo de la Niñez y la Adolescencia.
El hecho de que un 40 % de los estudiantes de entre 5 y 18 años sean pobres es una demanda moral para reaccionar.
Cinco deseos que si se cumplen asegurarán a la población de menos edad, y al país como un todo, un mañana más prometedor.
Alberto Morales Bejarano es médico pediatra, fue fundador de la Clínica del Adolescente del Hospital Nacional de Niños y su director durante 30 años.