La discriminación por edad o edadismo es más frecuente de lo que pensamos o percibimos. Se refiere a los estereotipos (cómo pensamos), los prejuicios (cómo nos sentimos) y la discriminación (cómo actuamos) hacia las personas por razón de su edad.
Lamentablemente, esta forma de segregación viene acompañada de otras, tales como la etnia, el sexo, la religión, la raza, la orientación sexual, el estado civil, el número de hijos.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) reconoce que la edad se utiliza para clasificar y separar a la gente según características que causan perjuicio, desventaja o injusticia, y socavan la unión entre generaciones, afectando la salud y el bienestar, y dificultando la creación de políticas eficaces y acciones para promover un envejecimiento saludable.
La OMS, en reconocimiento de la magnitud del problema, diseñó la Estrategia y plan de acción mundiales sobre el envejecimiento y la salud, y declaró el período 2021-2030 como la Década del Envejecimiento Saludable.
Es, como se colige, parte de la acción concertada de los objetivos de desarrollo sostenible para que las desigualdades se reduzcan al mínimo.
En el Informe mundial sobre el edadismo, publicado por la OMS en el 2021, se documentan las formas en que se presenta esta discriminación, sus causas y sus múltiples efectos.
“El edadismo es un fenómeno generalizado en las instituciones, legislaciones y políticas de todo el mundo. Causa daño a la salud y la dignidad de las personas, así como a la economía y la sociedad en general. El edadismo niega a las personas sus derechos humanos y les impide alcanzar su pleno potencial”, afirma el secretario general de la OMS.
Formas de marginar
El informe destaca tres formas generales de este fenómeno: institucional, interpersonal y autoinfligido. El institucional se refiere a las leyes, reglas, normas sociales, políticas y prácticas que restringen injustamente las oportunidades y perjudican, sistemáticamente, a las poblaciones debido a su edad.
El interpersonal surge en las interacciones entre dos o más personas, mientras que el autoinfligido se produce cuando se interioriza el edadismo y se vuelve contra la persona.
Esta última forma afecta negativamente la autoestima y el bienestar personales, y aumenta los estereotipos negativos sobre el envejecimiento, haciendo a los individuos sentirse menos valorados, marginados e invisibles.
El edadismo se asocia con una muerte más temprana, peor calidad de vida y pérdida de salud física, mental, social y emocional.
La Organización Internacional del Trabajo (OIT) reconoce desde 1980 las dificultades laborales a partir de los 50 años y establece un marco para el trabajo decente y productivo de este grupo.
Promueve además la igualdad de oportunidades, formación, seguridad laboral y desarrollo profesional, y aboga por una transición voluntaria a la jubilación mediante un sistema flexible.
Nuestro Código de Trabajo, en el artículo 404, prohíbe la discriminación por razones de edad. Los artículos siguientes le dan forma y fuerza.
No obstante, las prácticas discriminatorias laborales por edad están vigentes en nuestra sociedad, algunas veces de forma evidente, pero casi siempre de manera velada, disimulada o críptica.
Los estereotipos de que las personas mayores de 45 años somos menos aptas para ciertos trabajos físicos o intelectuales, por lentas, testarudas o inexpertas en tecnología, sin evidencia para sostenerlos, atentan contra las oportunidades de trabajo en igualdad de condiciones frente a los jóvenes.
Actitudes discriminatorias
Hay formas solapadas de discriminar por edad desde que se publican los anuncios en busca de talento humano. Indicar un rango de edad o que se buscan recién graduados universitarios resulta una muy evidente forma de edadismo laboral; sin embargo, palabras o atributos como nativo digital, activo, flexible, afín a la tecnología, en buen estado físico, entre otros, son señales inequívocas de edadismo.
Además, es muy probable que, durante las entrevistas, se produzca un arrinconamiento hasta el desincentivo a concursar por el puesto con frases como “usted se graduó hace mucho”, “las cosas han cambiado demasiado en los últimos años”, “el trabajo es muy exigente físicamente”, “le tocaría trabajar con muchachos que pueden ser sus hijos”, etc.
La probabilidad de conseguir un trabajo, o de mantenerlo, es más baja para quienes sobrepasan los 45 años. Incluso, de forma paradójica, se utiliza como excusa el excelente currículum del concursante en su contra, al afirmarle que excede lo que requiere el puesto, aun cuando esté en la disposición de aceptarlo reconociendo que el salario quizás no haga justicia a estudios y experiencia.
Las empresas que así operan desperdician un talento que puede ofrecerles conocimiento, experiencia, fidelidad, madurez, serenidad y, en muchos casos, mentoría a los más jóvenes.
Si la empresa valora a sus colaboradores y les provee un ambiente laboral adecuado, si reconoce que las condiciones para una mejor salud de ellos redundarán en la salud de la empresa, la edad de quienes contrate dejará de ser un factor preponderante y, por qué no, más bien, emplear hombres y mujeres mayores de 40 años se convertirá en una ventaja.
Es esencial crear conciencia sobre el edadismo, valorar a los mayores, promover su participación e inclusión, destacar sus contribuciones y experiencias, y fomentar políticas de envejecimiento activo. No debemos olvidar que en algún momento hemos estado o podremos estar en uno de los dos lados de la ecuación —o ambos al mismo tiempo— sin percibirlo.
Es posible que en algún momento uno sea víctima de una discriminación que practicó años antes o practicará años después. El envejecimiento es natural, el edadismo no.
El autor es médico veterinario, profesor de Epidemiología en la UNA y la UCR. Ha publicado aproximadamente 140 artículos científicos en revistas especializadas.