A finales del 2012 el gobierno firmó una directriz para que el sector público moviera los sistemas de cómputo hacia la nube, por razones de costo y calidad del servicio, pero a la fecha solo algunas instituciones si acaso trasladaron sus sistemas de correo electrónico y más por insistencia del proveedor que por otra cosa.
La pandemia desnudó la deficiencia de nuestra infraestructura digital, y muy poco ha sucedido al respecto. La covid-19 sacó a relucir la necesidad de conexiones simétricas (igual velocidad de subida que de bajada) y que casi toda la red de acceso (que conecta al usuario final con la red de transporte) está obsoleta.
La oposición del sector público a pasar los sistemas a la nube es verdaderamente asombrosa, pues los beneficios en costo y calidad del servicio son enormes.
Claro, no es como soplar y hacer botellas, porque la migración requiere pensamiento y trabajo. Adquirir servicios en lugar de activos conlleva el beneficio de los acuerdos de niveles de servicio (SLA, por sus siglas en inglés) que imponen penalidades al proveedor por incumplimiento.
Si el sistema no está disponible más de cierta cantidad de minutos al día, mes o año, el pago se reduce. Si el cliente recibe más de cierta cantidad de quejas de los usuarios, la multa se deduce del pago mensual.
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Adicionalmente, en la época del año cuando todos los usuarios tienen que usar el sistema, la capacidad de este aumenta (el doble o triple, lo que haga falta) durante los días o las semanas, y así solo se dispone de la capacidad que se necesita, cuando se necesita (actualmente, algunos tienen exceso todo el año, excepto en la época pico, mientras otros no tienen suficiente durante la temporada de mayor tráfico).
Resultados mensurables. Medir la calidad de los servicios es una práctica que no hace daño, todo lo contrario, debería generalizarse. En el sector privado es muy difícil vender un servicio al que no se le mida la calidad de alguna manera. La medición en sí misma produce consciencia y mejora la calidad de los servicios, y cuando conlleva penalidades financieras la mejora es además muy rápida.
Los equipos de cómputo sufren obsolescencia más rápido cada día por la naturaleza exponencial del desarrollo tecnológico. Adquirir servicio en lugar de equipos traslada el riesgo de caducidad al proveedor.
Dada la lentitud de la contratación administrativa y los elevados grados de vejez tecnológica en el sector público, cabe preguntarse por qué la directriz del 2012 fue sumariamente ignorada, no por una institución, sino por todas.
La disponibilidad de banda ancha en Costa Rica depende de la definición que se quiera utilizar. Antes de la pandemia, el concepto era engañoso, con una conexión de 10 Mb/s de bajada y 2 Mb/s de subida es imposible trabajar o estudiar, y si esa conexión la debe compartir una familia de cuatro o cinco personas, mucho menos.
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Sustitución. Para dotar al país de una infraestructura digital que apoye en vez de entorpecer el desarrollo, es necesario sustituir 900.000 conexiones de coaxial y cobre por conexiones de fibra óptica.
Lo anterior por cuanto ni el uno ni el otro permiten conexiones simétricas. Con algunos desarrollos tipo remiendo es posible obtener buenas velocidades de bajada; sin embargo, la pandemia demostró que la velocidad de subida es esencial para trabajar y estudiar de manera remota. Por cierto, una encuesta reciente hecha en Estados Unidos indica que hasta un 40 % de los trabajadores están dispuestos a renunciar si se les obliga a regresar a la oficina todos los días.
En el país hay decenas de miles de kilómetros de fibra óptica, pero únicamente 200.000 hogares y oficinas la disfrutan. El objetivo debería ser que donde haya un medidor eléctrico exista una conexión de fibra, esto es, 1,7 millones, es decir, faltan como millón y medio.
La necesidad es construir una red de acceso de fibra óptica que enlace hogares, centros de trabajo y lugares de estudio a las redes de transporte de los operadores.
No es razonable seguir duplicando y triplicando infraestructura, pues lo pagamos todos. La red debe ser compartida por la totalidad de los proveedores del servicio, de manera que si un cliente tiene una conexión de fibra, pueda escoger entre diferentes empresas con la cual contratará Internet, televisión, telefonía fija y videoseguridad. El efecto será una competencia similar a la producida por la portabilidad numérica, un modelo que reduce precios y mejora el servicio.
Aumento en la productividad. Preguntarse por el costo de la red de acceso es razonable, pero se sabe que es más bajo que la infraestructura vial y su impacto será muy significativo en la productividad nacional.
El costo tiene muchos componentes, el de más consideración es la mano de obra. El tiempo requerido para conectar todo el país también es menor que el de la obra pública no digital. Una empresa con experiencia en construcción de redes y un pequeño ejército de unos 4.000 o 5.000 técnicos harían la labor en un año. Los técnicos se entrenan en pocas semanas.
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Una de las variables de mayor peso en el valor de la construcción de una red de acceso es el porcentaje de adopción (uptake). Me parece bastante lógico que para esta iniciativa el uptake sea el 100 %, porque eso reduce el costo unitario al mínimo posible y facilita la corrección de la la tremenda injusticia que se cometió en la ley de telecomunicaciones, al endilgarle el monopolio de la red de telefonía fija al operador estatal.
La telefonía fija está obsoleta. Consiste en miles de kilómetros de cobre (que se roban a cada rato) y decenas de centrales que todavía ejecutan conmutación de circuitos (en vez de enrutamiento de paquetes); además, el mantenimiento es una fuente de pérdidas cuantiosas.
Sustituir la red de telefonía fija por fibra óptica rápidamente, junto con la adopción urgente de la computación en la nube en el sector público, nos ayudará a adelantar la transformación digital y disfrutar los beneficios asociados.
Es inevitable la eliminación de la red de telefonía fija y los equipos y sistemas que han resistido la migración hacia la nube. Ambos consumen recursos de todos nosotros sin agregar valor. Colorín colorado este cuento, lamentablemente, no ha acabado.
El autor es ingeniero.