El otro día fui a un centro de salud a pocas cuadras de mi casa en una situación de urgencia. Me había trabado un perro, vea usted, y era necesaria una vacuna y algo más para la prevención de mayores males. Tuve que vencer la resistencia burocrática a proporcionarme el servicio que requería porque en el lugar no estaba registrado y nada demostraba que fuera miembro de la comunidad.
Recordé el incidente mientras leía a Philip Roth (en Sale el espectro). Tengo muchas décadas de vivir aquí, donde nací. A veces voy de viaje por unos pocos días, pero de inmediato regreso. Me pasa como al personaje de Roth, que dice: “Te marchas mientras otros, lo cual no tiene nada de asombroso, se quedan atrás para seguir haciendo lo que siempre han hecho, y, cuando regresas, te sientes sorprendido y emocionado por un momento al ver que siguen ahí y, también, tranquilizado, porque hay alguien que se pasa toda la vida en el mismo pequeño lugar y no siente ningún deseo de irse”.
En rigor, no soy de los que ni son de aquí ni son de allá; soy de los que se quedan atrás. Estoy anclado a este sitio y nunca me ha tentado la diáspora. Claro que con el tiempo las cosas han cambiado, y mucho, de modo que uno sospecha que no se trata siempre del mismo lugar. Pero cambiar está en la naturaleza de las cosas, lo fundamental permanece: la invariable disposición de las calles y de las casas, el resabio del adobe, la piedra y el bahareque, el entorno montañoso azul y verde. Y, sobre todo, la gente, alguna gente, en número suficiente todavía como para que casi a diario aflore el encuentro, la conversación y con ella ese bien inapreciable que es la memoria compartida, tanto como para que no importe si alguno entre nosotros es sordo porque aun este casi siempre sabe de qué se está hablando.
Volviendo a Roth, él describe lo que llama una de las notables satisfacciones de la vida urbana: desconocidos que alimentan la quimera de la concordia humana al comer juntos en un pequeño restaurante.
Aquí, en el pueblo, comer lo hace cada uno en su casa, lo que si se mira bien facilita que la vida en común todavía pueda ser frugal, armoniosa y cálida.
carguedasr@dpilegal.com
Carlos Arguedas Ramírez fue asesor de la presidencia (1986-1990), magistrado de la Sala Constitucional (1992-2004), diputado (2014-2018) y presidente de la Comisión de Asuntos de Constitucionalidad de la Asamblea Legislativa (2015-2018). Es consultor de organismos internacionales y socio del bufete DPI Legal.