Las manifestaciones de violencia vividas en Costa Rica en días recientes deben encender en nosotros las luces de alarma: uso de la fuerza para impedir que algunos niños ingresen a la escuela, pancartas con mensajes de odio, llamados explícitos a la “muerte de personas homosexuales”.
En el contexto del inicio del año escolar 2018, estas expresiones se han relacionado con los programas de Afectividad y Sexualidad Integral. Pero sin duda van aún más lejos.
Muy tempranamente, habíamos advertido sobre los peligros de la campaña de desinformación que se ha propiciado, por parte de algunos actores, en las semanas recientes. Alrededor de los programas se han construido una serie de mitos que buscan, sobre la base de falsedades, generar temor e intranquilidad en las familias.
Y para ello se han utilizado mecanismos inaceptables, tales como difusión por las redes sociales de versiones groseramente alteradas y manipuladas de textos oficiales, citas parciales del glosario que de forma exclusiva se dirige a los profesores para facilitarles definiciones técnicas tomadas de fuentes como la OPS/OMS, la CCSS, el Fondo de Población de las Naciones Unidas o el Ministerio de Salud, entre otros. De igual manera se ha querido confundir a los padres y madres al señalar que los programas aprobados para el III ciclo (7.°, 8.° y 9.° año), así como los de 10.° año, se están impartiendo en la educación primaria.
Uno de los principales mitos señala que estos promueven una llamada “ideología de género”. Esto es falso. Los programas se sustentan en investigación científica y, en el campo pedagógico, parten de las inquietudes de los estudiantes e incentivan su reflexión crítica, sin imposiciones. El abordaje surge del reconocimiento de las diferencias biológicas entre hombres y mujeres, elemento central en la construcción de aprendizajes en este tema. Pero también promueven una reflexión en el sentido de que estas diferencias no pueden convertirse en justificaciones para promover desigualdades entre hombres y mujeres.
Porque un abordaje integral sobre la sexualidad incorpora la dimensión biológica, pero también, entre otras, la social y cultural. Y es este enfoque de género —hoy mundialmente aceptado en el campo de las ciencias sociales— el que permite no solo entender cómo se construyen y naturalizan esas desigualdades, sino, además, cómo superarlas.
Superar estereotipos. Por ello, es tan importante el papel de estos programas: porque permiten a chicos y chicas entender y superar estereotipos que limitan el desarrollo de una sociedad equitativa y democrática. Recordemos que una de las formas más serias en que se expresa esa desigualdad —impuesta culturalmente—, es la violencia hacia las mujeres. En solo estas primeras semanas del año 2018 se han registrado cinco feminicidios en nuestro país.
Otro mito señala que estos programas inducen a la homosexualidad. Tal afirmación temeraria supone que la orientación sexual se manipula y que un programa educativo podría incidir en ello. Totalmente falso.
Lo que se pretende, mediante estos programas sustentados en valores universales de respeto y tolerancia, es que los estudiantes reconozcan que la diversidad existe y que aprendan a respetarla. Investigaciones serias muestran que jóvenes sometidos a bullying homofóbico piensan con mayor frecuencia en dañarse a sí mismos y tienen mayor probabilidad de suicidarse. Muchos de ellos resultan excluidos del sistema educativo. Esto debe detenerse y erradicarse.
Influencia positiva. También se afirma que la educación sexual promueve conductas riesgosas e irresponsables. La investigación científica indica, por el contrario, que la educación sexual integral influye en que las personas jóvenes retrasen el inicio de las relaciones sexuales y favorece la reducción de las enfermedades de transmisión sexual, VIH y los embarazos no planeados.
Los programas han sido elaborados teniendo en cuenta nuestra verdadera realidad: la II Encuesta Nacional de Salud Sexual (2015) señala que entre los 15 y 19 años, el 58,9 % de los hombres y el 49,3 % de las mujeres ya ha tenido relaciones sexuales. Y hay datos que son preocupantes: un estudio de la Clínica del Adolescente del Hospital Nacional de Niños entre colegiales de la GAM y de tres provincias señala que un 55,5 % de los jóvenes entró en contacto con pornografía cuando tenía entre 12 y 15 años, y una cuarta parte indicó que esto sucedió en edades aún más tempranas.
El verdadero riesgo es, por lo tanto, no contar con programas que propicien, en nuestro sistema educativo, espacios serenos y seguros de reflexión, con docentes formados y a partir de información científica.
No cuestiona creencias. Otra idea falsa indica que la educación sexual contradice los valores morales y ataca los principios religiosos. Nada más lejos de la verdad. La educación que se imparte no cuestiona las creencias y valores de las personas ni de las familias.
El enfoque de responsabilidades que desarrolla respeta el ejercicio de los diversos credos, desde una posición inclusiva y pluralista. Expresamente, señalan los programas: “Como vivencias fundamentales e inherentes a la vida humana, la espiritualidad y la sexualidad no son experiencias excluyentes: por el contrario, en cada persona esta relación se expresa de forma particular a partir de sus creencias, valores y principios espirituales” (III ciclo, pág. 15).
Tampoco es cierto que con los programas pretendamos sustituir la indispensable tarea de los hogares en este campo. Buscamos apoyarla, acompañarla. La evidencia indica que el personal docente se ha convertido en una fuente importante de información de los chicos y chicas, y que en múltiples casos su intervención oportuna ha permitido detener graves situaciones de violencia intrafamiliar o de abuso de menores de edad.
La educación integral para la afectividad y la sexualidad es un derecho de los estudiantes, estipulado así por normas nacionales e internacionales. Es una vía capital para garantizar el pleno disfrute de otros derechos como a la salud, a la seguridad o a una vida sin violencia. Por ello es tan relevante para la promoción de ambientes familiares caracterizados por la vivencia del amor, el afecto y el respeto, y también para la protección de la vida.
Junto a la implementación este 2018 del nuevo programa para 10.° año, hemos promovido la capacitación docente y la amplia información a las autoridades educativas. Y de manera directa y clara hemos solicitado a los centros educativos darle prioridad a la atención de inquietudes de padres y madres de familia, en un ambiente de serenidad y respeto a sus puntos de vista.
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De igual forma he reafirmado a los padres y madres su derecho, establecido por el voto de la Sala Constitucional, de solicitar que sus hijos sean eximidos de asistir a esta asignatura, si así lo deciden. Seremos garantes del respeto a ese derecho y también de la importancia de que tomen una decisión informada a partir de la información confiable que podemos brindarles desde el Ministerio de Educación Pública.
Reitero mi llamado vehemente a la serenidad, al respeto de los distintos puntos de vista, a la tolerancia. Tenemos muchas más cosas que nos unen que las que nos hacen diferir, que siempre guíe nuestras acciones el bien de todos nuestros estudiantes.
La autora es ministra de Educación Pública.