Antes de la pandemia, más de la mitad de los escolares de sexto grado tenían problemas para escribir textos coherentes, leer un texto básico y comprenderlo. Lo sabemos por un estudio de la Organización para la Educación, la Ciencia y la Cultura de las Naciones Unidas (Unesco) citado por los participantes en un reciente encuentro celebrado en la Universidad Nacional para analizar el problema.
Después de las peores disrupciones de la pandemia, la deficiencia seguramente ha empeorado, pero pasaremos un tiempo condenados a adivinar la magnitud del efecto porque el país carece de mecanismos de evaluación. Nunca faltó la crítica a las pruebas FARO y otras mediciones aplicadas por el Ministerio de Educación, pero todas eran mejores que el vacío.
Una pésima decisión desvió las pruebas FARO de su cometido y las transformó en medio para recabar información de los estudiantes y sus familias. La justa indignación transformó a los exámenes en materia de un debate político donde las dimensiones del abuso ahogaron las débiles tentativas de defensa. La eliminación de las pruebas era una promesa fácil de cumplir. Lo difícil es sustituirlas, sobre todo, si se pretende hacerlo con algo que no se les parezca.
Ningún sistema educativo del mundo se salvó de los retrocesos causados por la pandemia. Estudios y estadísticas de la propia Unesco lo documentan. Las lecciones presenciales fueron suspendidas en más de 190 países para evitar la propagación del coronavirus. A mediados de mayo del 2020, más de 1.200 millones de estudiantes de todos los niveles, en todo el mundo, habían dejado de asistir a clases presenciales. Más de 160 millones eran de América Latina y el Caribe.
Los países avanzados no se eximieron del daño. En los Estados Unidos se constató un retroceso de dos décadas en el desempeño de los estudiantes de nueve años de edad en lectura y matemática. Los resultados de las pruebas nacionales divulgados el jueves alcanzaron posiciones de privilegio en medios de comunicación grandes y pequeños. Ese es el primer paso para una discusión intensa y fructífera en procura de soluciones.
Las prácticas persistentes de evaluación también permiten a los estadounidenses comparar para medir el progreso e identificar las áreas adonde dirigir esfuerzos. Ahora, por ejemplo, encontraron una caída en las calificaciones de lectura sin precedente en los últimos 30 años. Ojalá sepamos si nos fue igual, o peor, antes de que sea muy tarde para ayudar a los niños afectados.
agonzalez@nacion.com
Armando González es editor general del Grupo Nación y director de La Nación.
Laboró en la revista Rumbo, La Nación y Al Día, del cual fue director cinco años. Regresó a La Nación en el 2002 para ocupar la jefatura de redacción. En el 2014 asumió la Edición General de GN Medios y la Dirección de La Nación. Abogado de la Universidad de Costa Rica y Máster en Periodismo por la Universidad de Columbia, en Nueva York.
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