Luego de haber trabajado como economista de mercados emergentes durante muchos años, primero en el Fondo Monetario Internacional y luego en Wall Street, reconozco una economía de mercado emergente en problemas cuando la veo. Me duele decirlo, pero Estados Unidos está mostrando muchas de las señales de advertencia. Peor aún, a causa de su tamaño, las acciones de Estados Unidos tienen un impacto mucho mayor en la economía mundial que las de cualquier mercado emergente corriente.
Un signo inequívoco de una economía de mercado emergente en problemas es el uso excesivo de aranceles de importación para proteger las industrias nacionales. Estas políticas ahogan la competencia, aumentan la inflación, inhiben el crecimiento económico y alimentan la corrupción generalizada al otorgarles a los funcionarios del gobierno el poder de conceder excepciones individuales a los aranceles.
Sería un eufemismo decir que Estados Unidos va camino de convertirse en una economía sobreprotegida tras un muro elevado de aranceles. Desde que comenzó su segundo mandato como presidente, Donald Trump ha impuesto un arancel del 20% a todas las importaciones procedentes de China y un gravamen del 25% a todas las importaciones de acero y aluminio. Ha amenazado con un arancel del 25% a todas las importaciones mexicanas, canadienses y europeas, y ha sugerido aranceles similares a todas las importaciones de automóviles, productos farmacéuticos, semiconductores y madera. Y, por si fuera poco, ha dejado claro que tomará represalias con aranceles “recíprocos” contra cualquier país cuyas barreras no arancelarias a las exportaciones estadounidenses sean mayores que las de Estados Unidos a las suyas.
Otro signo inequívoco de una economía de mercado emergente en dificultades es un gran déficit presupuestario y una pesada carga de deuda pública. Aquí, también, Estados Unidos cumple con los requisitos pertinentes. Al comienzo del segundo mandato de Trump, Estados Unidos registraba un déficit presupuestario del 6,5% del PIB, y la deuda pública estadounidense rozaba el 100% del PIB, camino de superar el ratio de finales de la Segunda Guerra Mundial.
Con la economía en pleno empleo, sería el momento de avanzar hacia un presupuesto equilibrado. Sin embargo, eso no está ocurriendo. A juzgar por los recortes impositivos propuestos por Trump, el déficit presupuestario típico de una economía de mercado emergente pronto podría palidecer en comparación con el de Estados Unidos. Según el Comité para un Presupuesto Federal Responsable, los recortes fiscales previstos por la administración añadirían entre $5 y $11 billones al déficit presupuestario estadounidense en los próximos diez años. Esto elevaría la deuda pública al 140% del PIB para 2034; es decir, un 50% por encima del ratio de deuda de una economía de mercado emergente típica.
Otra señal de que una economía de mercado emergente atraviesa dificultades se enciende cuando un puñado de oligarcas ejerce una influencia política desmesurada –o incluso ejerce el poder directamente– y cuando el gobierno hace todo lo posible por socavar la confianza en las instituciones públicas en general y en el banco central en particular.
Basta pensar en Elon Musk y en los millonarios y multimillonarios que ahora están a cargo del Tesoro de Estados Unidos (Scott Bessent) y del Departamento de Comercio (Howard Lutnick) para reconocer que Estados Unidos va camino a convertirse en una oligarquía. Del mismo modo, el director del FBI nombrado por Trump, Kash Patel –un hombre abiertamente comprometido con el desmantelamiento de la institución que dirige–, y sus frecuentes ataques al presidente de la Reserva Federal, Jerome Powell, no dejan lugar a dudas de que la confianza pública en las instituciones de Estados Unidos está siendo socavada de manera despiadada.
Otra cosa que Estados Unidos tiene ahora en común con muchos países de mercado emergente es un enfoque sumamente errático en cuanto a la formulación de la política económica, lo que crea una atmósfera de mayor incertidumbre que mina la confianza de los inversores y los consumidores. Los dos principales socios comerciales de Estados Unidos se ven amenazados un día con aranceles del 25%, y al día siguiente se les concede una prórroga de un mes. El Departamento de Eficiencia Gubernamental (DOGE) de Musk despide en masa a trabajadores públicos y luego los vuelve a contratar, porque resulta que desempeñaban funciones esenciales como supervisar el arsenal de armas nucleares de Estados Unidos. No es de extrañar que el mercado bursátil se haya desplomado: la confianza de los inversores y los consumidores se está hundiendo.
Hasta hace poco, la gran ventaja de Estados Unidos sobre la mayoría de las economías de mercado emergente era que los inversores podían confiar plenamente en que prevalecía el Estado de derecho y que había igualdad de condiciones para todos los participantes en el mercado. Sin embargo, también en este caso, Estados Unidos parece estar dilapidando su ventaja. Los desafíos públicos del Poder Ejecutivo a las resoluciones judiciales legítimas se están convirtiendo en algo habitual, y quienes ejercen el poder político ya no se preocupan por ocultar conflictos de intereses atroces.
Todo esto es profundamente preocupante no solo para las perspectivas económicas de Estados Unidos, sino también para el resto del mundo. Dado que Estados Unidos sigue siendo la mayor economía del mundo, los daños económicos en la escala que está infligiendo Trump proyectarán, invariablemente, una sombra larga y oscura, y no habrá rescate del FMI ni plan de ajuste estructural que pueda volver a encarrilar las cosas.
Desmond Lachman, investigador sénior del American Enterprise Institute, fue director adjunto del Departamento de Elaboración y Examen de Políticas del Fondo Monetario Internacional y estratega económico jefe de mercados emergentes en Salomon Smith Barney. © Project Syndicate 1995–2025
