ESTOCOLMO – De tanto en tanto, un líder político estadounidense llega a El Cairo para pronunciar un discurso que delinea los objetivos políticos de Estados Unidos en el siempre cambiante Oriente Próximo. Por ejemplo, en junio del 2005, la entonces secretaria de Estado Condoleezza Rice generó olas con un discurso que colocó firmemente en la agenda la promoción de la libertad y la democracia.
“Durante 60 años”, observó Rice, “Estados Unidos persiguió la estabilidad a expensas de la democracia en esta región (…) y no alcanzamos ni una ni la otra. Ahora, estamos tomando un curso diferente. Estamos respaldando las aspiraciones democráticas de todo el pueblo”. A quienes acusaban a Estados Unidos de imponer la democracia en la región, respondió: “De hecho, es justamente al revés. La democracia nunca se impone. Es la tiranía la que hay que imponer”.
De más está decir que una cantidad de líderes regionales se sintieron visiblemente incómodos con el discurso, teniendo en cuenta que tenía lugar apenas dos años después de la invasión norteamericana a Irak. Pero Rice también hablaba con base en el Informe de Desarrollo Humano Árabe del 2002, que había resaltado las condiciones miserables de la región y exponía argumentos claros a favor de reformas estructurales a largo plazo.
Cuatro años más tarde, fue el turno del presidente Barack Obama de dirigirse a El Cairo. En su discurso, Obama le restó importancia a la promoción de la democracia y enfatizó la necesidad de una relación más armoniosa entre Estados Unidos y todo el mundo musulmán, a la vez que instó por una resolución de los conflictos regionales.
Sobre la cuestión palestino-israelí, el discurso de Rice había abrazado una “visión de dos Estados democráticos conviviendo en paz y seguridad”. Obama fue más allá: calificó la situación palestina de “intolerable” y criticó duramente las actividades de Israel en los asentamientos.
En opinión de Obama, el conflicto palestino-israelí no resuelto planteaba el segundo mayor peligro para la región, después del “extremismo violento”. Luego, llegó el programa nuclear de Irán y la amenaza de una carrera armamentista regional, seguida de la ausencia de democracia, la falta de libertad religiosa y el subdesarrollo económico. Vislumbraba “un mundo donde israelíes y palestinos estén a salvo en un Estado propio (…) y donde se respeten los derechos de todos los hijos de Dios”.
Pero no fue así. A pesar de los intensos esfuerzos diplomáticos del secretario de Estado norteamericano John Kerry durante el segundo mandato de Obama, no se pudo alcanzar un acuerdo de paz. En su discurso de despedida en diciembre del 2016, Kerry responsabilizó de lleno al primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu.
Se puede debatir si las palabras de Rice o de Obama tuvieron que ver en la Primavera Árabe del 2011, que comenzó en Túnez y encontró un hogar simbólico en la plaza Tahrir de El Cairo. Pero es evidente que quienes tomaron las calles para exigir democracia y un gobierno representativo tenían genuinas esperanzas para el futuro. Una vez más, no sería el caso. En casi todos los países donde la gente se movilizó para reclamar una reforma política y económica, el resultado fue contrarrevolución, represión y, en el caso de Siria, guerra civil.
Obama no pudo evitar el desastre en Siria. Pero, al perseguir las prioridades que había manifestado anteriormente, sí ayudó a prevenir una guerra devastadora en toda la región al concluir el acuerdo nuclear con Irán en el 2015. Eso, a su vez, abrió la puerta para un mayor compromiso con Irán en todas las otras cuestiones de preocupación, incluso los derechos humanos.
Este mes, el actual secretario de Estado norteamericano, Mike Pompeo, viajó a El Cairo para brindar su propio discurso. Dejó en claro que la estrategia de la administración Trump para la región representa un marcado alejamiento de la de sus antecesores.
Pompeo empezó atacando a Obama por haber basado su estrategia en “malentendidos fundamentales” de la historia. Luego declaró que la política estadounidense de ahora se centraría exclusivamente en destruir a los dos males de Oriente Próximo: el “islam radical” y la “ola de destrucción regional y las campañas globales de terror de Irán”.
Atrás quedó el discurso sobre democracia y reforma. Sobre la cuestión de la paz entre Israel y Palestina, Pompeo se limitó a mencionar la decisión contraproducente de Trump de trasladar la embajada estadounidense a Jerusalén. El discurso no hizo ninguna mención a superar las divisiones, construir puentes y abrir la región al desarrollo económico, pero sí ofreció muchos elogios implícitos para dictadores que han logrado ofrecer estabilidad. En efecto, la estrategia de Estados Unidos para la región cerró el círculo: Pompeo defendió precisamente la política fallida que Rice había repudiado en el 2005.
Sobre la cuestión clave de Irán, el discurso demostró que la política de la administración es una política de confrontación en sí misma. Irán, al decir de Pompeo, es la causa de todos los problemas en la región. Sin un cambio político profundo allí, declaró, “las naciones de Oriente Próximo nunca gozarán de seguridad, nunca lograrán una estabilidad económica y nunca alcanzarán sus sueños”.
Puras tonterías. El régimen iraní no tiene nada que ver con la brutal represión en Egipto, las serias cuestiones estructurales en Arabia Saudita o el estancamiento palestino-israelí. Es más, Irán es un enemigo declarado del Estado Islámico (EI) y ha comprometido recursos para esa lucha.
A fin de cuentas, la doctrina Pompeo parece representar una confrontación ilimitada con Irán, un fuerte respaldo de regímenes autoritarios estables, una indiferencia por la cuestión palestina y un desinterés total por la gobernanza representativa y la reforma. La administración Trump no solo ignora la actual escalada de tensiones en toda la región; la está respaldando activamente.
Desde una perspectiva europea, es profundamente preocupante. Los conflictos en Oriente Próximo tienen implicaciones de amplio alcance para nuestra propia seguridad y estabilidad. En ausencia de un liderazgo estadounidense, Europa necesita su propia política para preservar el acuerdo nuclear iraní y promover una solución de dos Estados en el conflicto palestino-israelí. La Unión Europea ha sido franca y clara sobre estos dos puntos. Pero debe traducir estas prioridades en una visión integral de reforma y reconciliación para toda la región.
A diferencia de los discursos de Rice y Obama, el de Pompeo probablemente no inspire a nadie fuera de un pequeño círculo de autoritarios regionales. Ahora que Estados Unidos ha abandonado el liderazgo moral, queda en Europa demostrar a quienes anhelan la democracia y la reforma que no están solos.
Carl Bildt fue primer ministro y ministro de Relaciones Exteriores de Suecia. © Project Syndicate 1995–2019