Los transformers no son exclusivos de las películas, pues también salen en la política. El nuevo alcalde de San José, Diego Miranda, es uno de ellos. Cuando era regidor se proyectaba como un incómodo con el statu quo e implacable crítico de todo lo que representara el entonces alcalde Johnny Araya, desgastado por tres décadas en la Municipalidad.
El aplomo de Miranda llevó a creer que impondría un cambio positivo. Prometía, por lo que pregonó en ocho años como regidor y en campaña, una gestión diáfana, alejada de los privilegios y la altanería. Sin embargo, salió huero. No resultó lo que se esperaba. Unos días después de asumir el cargo de alcalde, el 1.° de mayo, se quitó el disfraz. El poder lo deslumbró.
Su inmadurez lo lleva a creer que puede hacer lo que le venga en gana. El silencio es su respuesta a los cuestionamientos. Evitó, rodeado de policías municipales, que un periodista se le acercara a preguntar por la grave denuncia de los jefes jurídicos del municipio, quienes lo señalan de haber pedido anular una advertencia de anomalías en la licitación que impulsa para contratar parquímetros.
Lo contradictorio: hace dos años, en setiembre del 2022, la misma policía que ahora lo protege, expulsaba al entonces regidor Miranda de la sesión del Concejo, lo que él consideró como un intento antidemocrático de callarlo. Hoy, la usa para callar. Otro caso. Hace año y medio, en julio del 2023, Araya llegó a decirle “jale, jale” para que se alejara de él en una sesión y Miranda hasta se quejó de un empujón. Hoy, él repite la escena con un periodista.
Sus incoherencias lo han llevado a justificar el aumento de su salario a ¢5,7 millones, lo cual sobrepasa el tope de ley de ¢5,5 millones. O al hecho de ordenar silencio a los 2.800 funcionarios municipales para convertirse en única voz de la Municipalidad o limitar a regidores que intenten visitar edificios municipales.
Este Diego Miranda es irreconocible con aquel que usaba la prensa para denunciar a Araya o al que reclamaba transparencia. Sin duda, otro caso de estudio de cómo los políticos, cuando están en la oposición, la tienen fácil para quejarse de los “tradicionales”, pero cuando les toca gobernar, se transforman en lo mismo o algo peor.
Ingresó a La Nación en 1986. En 1990 pasó a coordinar la sección Nacionales y en 1995 asumió una jefatura de información; desde 2010 es jefe de Redacción. Estudió en la UCR; en la U Latina obtuvo el bachillerato y en la Universidad de Barcelona, España, una maestría en Periodismo.
En beneficio de la transparencia y para evitar distorsiones del debate público por medios informáticos o aprovechando el anonimato, la sección de comentarios está reservada para nuestros suscriptores para comentar sobre el contenido de los artículos, no sobre los autores. El nombre completo y número de cédula del suscriptor aparecerá automáticamente con el comentario.