“¿Podría alguien decirme cuál es el alma de un ser humano?”, cantaba hace más de un siglo Blind Willie Johnson (traducción: el ciego Johnson) en uno de esos blues antiguos, la música de negros del sur de los Estados Unidos que es la fuente original del jazz y el rock. Repite insistentemente esa pregunta con voz rasposa y quebrada, y esa increpación crea una atmósfera cada vez más angustiosa. No responde la interrogante, por supuesto, y deja esa tarea al oyente.
Otra de las obras de Johnson, artista callejero y pastor bautista ocasional de vida complicada y pobre, fue grabada en el disco que la nave espacial Voyager llevó al espacio sideral como prueba de la existencia de nuestra civilización humana.
La canción, un lamento de guitarra acompañado por susurros, se titula Oscura era la noche, frío era el suelo, que alude al miedo atávico de los humanos a la desprotección.
¡Qué pregunta la de Johnson! Apunta a la médula de las religiones y de la filosofía. Y, más allá de las épocas históricas, a la de nuestras creencias e identidades sociales: ¿quiénes en verdad somos?, ¿quién puede decírnoslo? Para muchas personas, el tema está más que resuelto por la religión y no tengo problema con ello, pues me parece inútil cuestionar las convicciones sinceras de la fe. Para mí, no.
En mi particular peregrinaje en busca de luces, me topé el otro día con algo que no sabía, que acrecentó mis dificultades con la increpación de Johnson. Resulta que en América del Norte hay un bosque de unos 50.000 árboles que, en principio, es como cualquier otro bosque. Un montón de troncos. En realidad, sin embargo, es un solo organismo viviente, el más grande en el mundo, unido por sus raíces. Mide la mitad de La Sabana, pesa miles de toneladas y le pusieron el nombre Pando. No es cuento, pueden investigarlo. Asombroso.
¿Y qué tiene que ver Pando con la pregunta de Blind Willie Johnson? Pando me enseña que ciertas cosas no son lo que mis sentidos dicen que son, aun en el mundo real: creo ver árboles individuales, pero hay hilos invisibles que, cuando son conocidos, revelan otra cosa. Pudiera ser que parte de nuestra alma no está dentro de nosotros, sino en la madeja de relaciones que nos envuelve, muchas veces inadvertidamente. Si es cierto, ¿alguien maneja mis hilos, esos que me definen incluso sin saberlo? Si se empobrece esa madeja, ¿sufre mi alma?, ¿hay un alma colectiva?
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