En los últimos años, hemos visto cómo la teoría (que no ideología) de género ha pasado del ámbito universitario, donde surgió como instrumento renovador de análisis de la realidad sociosexual, en la segunda mitad del siglo pasado, a un instrumento de propaganda religiosa y política de parte de grupos conservadores, que estimulan a sus huestes contra una supuesta y amorfa “ideología de género” (como hace cincuenta años las azuzaban contra la “ideología comunista”), nuevo y amenazante engendro del infierno, coco de niños mentales, que mete en un mismo saco (este sí ideológico) feminismo, diversidad sexual, aborto, fecundación in vitro, defensa de derechos humanos, educación sexual en las escuelas, hasta las misas de canal 13, con lo que la noción de género dejó de ser una categoría de análisis para volverse un arma descalificadora de posturas de cambio libertario en la sociedad actual.
Para empezar, la palabra género, más allá de las disquisiciones académicas que pudieran formularse, apunta a un hecho básico, sobre una estela de investigación antropológica, psicoanalítica y lingüística: la identidad psicológica y sexual de los seres humanos se conforma en el ámbito simbólico de la cultura. La biología no es destino, sino apenas posibilidad que ha de ser definida por la acción sociocultural en la infancia.
Pese a los naturalistas, ecologistas y demás defensores de esencialismos terráqueos, el ser humano es un ente cultural más que natural, que se ha ido conformando, como bien lo muestra la antropología, en su relativo alejamiento de la naturaleza. No es algo acabado, sino en continuo proceso.
En su forma mínima, cultura es contranatura, o mejor, la cultura es otra naturaleza, de tipo simbólico y lingüístico. No es que la dimensión biológica no sea importante, pero queda supeditada a los usos que impone la cultura, matriz de lo humano. La naturaleza por sí sola lo que genera es biología, no humanidad.
Base biológica. La idea de género a lo que apunta es a la conformación cultural, sobre una base biológica, de la identidad psicológica y sexual del individuo. Nada más. No hay nada intrínseco en esto que lo asocie con estar a favor o en contra del aborto o de la fecundación in vitro o con el matrimonio igualitario. Estas son otras problemáticas, asociadas quizás, diferentes también, con variadas respuestas según creencias y valores.
Así visto, el género no es una ideología (conjunto de creencias colectivas; falsa consciencia, según Marx), pues apunta a esclarecer el espejismo naturalista de que se nace hombre o mujer, igual que el heliocentrismo desvaneció el engaño de los sentidos de que el Sol gira alrededor de la Tierra. Pareciera, según nuestros ojos ingenuos, que el Sol gira alrededor de la Tierra, igual que creemos que nació un hombre o una mujer por las marcas sexuales exteriores de lo recién nacido. Pero no.
Igual que es la Tierra la que gira alrededor del Sol, algo que se descubrió mediante el uso del razonamiento educado, así ese ente recién nacido se autodefinirá en su identidad sexual tras su desarrollo en la matriz de la cultura. Los hombres y mujeres no nacen, se hacen. Esto no es una propuesta, es un descubrimiento.
Si el género no es una ideología en su señalamiento básico, tampoco es, a estas alturas, una “teoría”, más allá de un cierto uso coloquial, como cuando se habla de la “teoría de la gravedad” o de la “teoría de la evolución”.
Ni la gravedad ni la evolución son “teorías” en tanto postulaciones hipotéticas de algo, son hechos debidamente comprobados, sobre los que la ciencia y la tecnología trabajan (desde los cohetes al espacio hasta las medicinas o la genética), pese a lo que los fundamentalistas creacionistas puedan seguir creyendo. Hay, sin embargo, una diferencia entre la gravedad y la evolución, que son hechos del mundo natural, y el género, que es un producto cultural, que escapa a los sentidos inmediatos, pero no a la razón inquisidora.
Uso ideológico. Si bien el género no es ideología, lo que sí es cierto es que se hacen usos ideológicos de él, igual que hay usos ideológicos de la ciencia y no por esto la ciencia es mera ideología. Así, por ejemplo, algunas feministas hacen un cierto uso de dicha noción de género para avanzar en sus propuestas reformistas, igual que, desde el bando ideológico opuesto, los religiosos cristianos hacen un uso reaccionario para sojuzgar conciencias, someter libertades y enarbolar cocos imaginarios.
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Estos apuntes que hago no son ociosos. En los últimos meses hemos visto en la campaña electoral un uso abusivo, irresponsable y escandalosamente oportunista de la noción de género de parte de los candidatos, que habla muy mal de la clase política y de su deplorable educación y nivel de opinión.
El único que ha mostrado cierta claridad al respecto es Carlos Alvarado, quien en entrevista al Semanario Universidad declaró: “Hoy en Costa Rica hablamos de la ‘ideología de género’, pero cuando uno le pregunta a cualquier persona —político o en la calle—, nadie sabe lo que es, y es una categoría que se usa como si fuera válida de debate. Hay que deconstruir ese discurso. Lo que califico como ‘ideología de género’ es un cúmulo de nociones equivocadas, para generar miedo”. Tiene toda la razón.
Tenga cuidado: no le vayan a dar gato por liebre ni dogma por conocimiento, en aras de cuestionables proyectos políticos, ideológicos y religiosos. Recuerde: el coco no existe.
El autor es escritor.