Comunicar en salud pública es mucho más que emitir recomendaciones; es construir puentes entre el conocimiento y la acción para que el mensaje resuene en la vida cotidiana.
Problemas como el dengue (DEN), las infecciones respiratorias agudas (IRA) y la enfermedad diarreica aguda (EDA) requieren conductas preventivas activas. Por eso, la comunicación sanitaria debe ir más allá de campañas informativas que suponen que todos están en condiciones de actuar.
Sin una comprensión profunda de los contextos sociales y culturales que moldean las actitudes, el mensaje es estéril. Los servicios de salud son pilares del desarrollo, junto con la educación pública, pero enfrentamos una batalla anual contra enfermedades prevenibles que representan un peso considerable para el sistema sanitario, especialmente en las comunidades más vulnerables.
Los casos de dengue este año superan en un 63 % a los del 2023, y sobrepasan el promedio de años anteriores (excluidos los pandémicos). Esta situación en Costa Rica refleja un problema general en las Américas.
Las EDA también presentan un panorama crítico: todo el año se han reportado brotes, superando los 400.000 casos oficiales, sin contar el enorme subregistro que fácilmente incrementa la cifra. Las IRA, y su complicación (IRAG), elevan las curvas de hospitalización, saturando unidades de atención, especialmente pediátricas, en hospitales como el Nacional de Niños (HNN).
Estos problemas de salud, en teoría solucionables al ser en gran medida prevenibles, revelan una falla en el enfoque. Subyace un error urgente de enfrentar: suponer que las personas ya saben lo necesario y actúan para protegerse.
Investigar conocimientos, actitudes y prácticas es fundamental para entender cómo se perciben y responden a estos problemas de salud. Así, se identifican brechas de conocimiento, barreras actitudinales y comportamientos de riesgo, generando datos para intervenciones que promuevan cambios positivos en la salud comunitaria.
Sin ser experto en comunicación, tengo la impresión de que esta premisa errónea no se debe solo a falta de información o recursos. Se encuentra profundamente arraigada en un modelo que, aunque bien intencionado, no contempla la realidad compleja y las barreras estructurales que enfrenta la población. Pensar románticamente en la determinación social de la salud o en el enfoque de “una salud” desde un escritorio es un ejercicio cómodo, pero insuficiente.
Cada año, lluvias y altas temperaturas crean el ambiente perfecto para la proliferación del Aedes aegypti, vector del dengue, que afecta principalmente a las comunidades en condiciones de vulnerabilidad. Aunque el Ministerio de Salud, la CCSS y algunos gobiernos locales promueven la eliminación de criaderos de mosquitos, el aumento constante de casos indica una desconexión entre las recomendaciones y la realidad.
Es fácil suponer que la gente no sigue las indicaciones por falta de voluntad, pero en muchos barrios marginados las condiciones dificultan la prevención adecuada. La acumulación de basura y la falta de servicios de limpieza crean el ambiente ideal para la propagación del dengue, pero las políticas y campañas continúan presumiendo que basta con transmitir un mensaje, sin abordar las causas estructurales del problema.
Durante la pandemia de covid-19, vimos los beneficios de prácticas como el lavado de manos y el uso de mascarillas. No obstante, tras relajar las restricciones, la mayoría retomó viejas costumbres, olvidando lecciones de prevención. Aun así, el mensaje de las autoridades de salud asume que estos comportamientos preventivos persistirán, ignorando la complejidad humana y el contexto cambiante.
La adherencia a prácticas preventivas no depende solo del conocimiento. Factores sociales, psicológicos y culturales influyen en cómo se prioriza la prevención, especialmente cuando el riesgo percibido disminuye.
Las EDA causan miles de hospitalizaciones —y no pocas muertes— cada año en niños menores de cinco años y personas mayores. Este problema refleja nuevamente la desconexión entre lo que se presume y la realidad cotidiana de las familias. Las campañas de salud asumen que basta con agua potable y educación básica, pero la realidad es que la provisión de agua no siempre es constante ni de buena calidad en muchas comunidades.
Si realmente queremos solventar los problemas de salud, es urgente dejar de basar nuestras estrategias en suposiciones ajenas a la realidad social. No basta con informar; las políticas de salud pública deben considerar las verdaderas limitaciones de las personas, reconociendo y mitigando barreras como la pobreza, la carencia de servicios básicos y el entorno social que condiciona las prácticas sanitarias.
Las soluciones deben incluir no solo la transmisión de mensajes, sino también un apoyo real a las comunidades.
Juan José Romero Zúñiga es médico veterinario, profesor de Epidemiología en la UNA y la UCR. Ha publicado aproximadamente 140 artículos científicos en revistas especializadas.