Negociar puestos en el gobierno o embajadas a cambio de votos parecía ser una práctica proscrita de la Asamblea Legislativa, pero la diputada Sofía Guillén Pérez, del Frente Amplio, vino a confirmar que la mala costumbre opera con vitalidad en los sillones, detrás de las luces y cámaras, aunque en los discursos se le quiera dar por muerta.
Dolorosa realidad, porque pone sobre la mesa, y bajo sospecha, nombramientos de figuras de supuestos “partidos de oposición” representados en el Congreso o de familiares que pasaron a ocupar cargos diplomáticos —sin noción del manejo de la política exterior— o puestos internacionales con solo la bendición de la presidencia. Es el atropello de la premiocracia a la meritocracia.
Evidencia la incapacidad de diputados oficialistas y del gobierno en el milenario arte de la negociación sobre la mesa. Cierto, es más complicado porque implica inteligencia, control de emociones, dominio de la situación, estrategia y horas de intercambios para convencer, consensuar o ceder. ¿Mucho pedir? Quizás, aunque esa es la regla cuando se es minoría en el Congreso: negociar y no tentar.
La tentación que se le puso a la diputada Sofía Guillén, economista de 30 años, dichosamente, la ofendió y ella lo denunció. Su mano acusadora es para no olvidar. De pie, en el plenario y con evidente indignación, apuntó con un índice, durante 15 largos segundos, hacia el sillón donde, dice ella, el legislador de gobierno Alexánder Barrantes Chacón le hizo el ofrecimiento de cargos y embajadas a cambio de aprobar los eurobonos.
Barrantes por lo menos fue honesto y respondió: “Sí, estamos en un proceso de negociación y es cierto que me acerqué para pedirle apoyo”. “Sí, le dije que estamos dispuestos a negociar, como se negocia en cualquier ámbito de la vida económica y política de este país”, agregó.
El diputado reconoció el hecho. De forma contraria, actuaron el gobierno y el resto de su bancada, que con pretextos dejaron a Barrantes como si estuviera desvariando. Decía un célebre escritor francés que quien más se excusa, más se acusa.
El autor es jefe de Redacción de La Nación.
amayorga@nacion.com