¿Por qué se molestó Daniel Ortega en celebrar elecciones cuando todo el mundo sabía que eran una farsa, empezando por él y su copresidenta Murillo? Es una pregunta con varias respuestas, no necesariamente excluyentes entre sí. Escojo esta: Ortega las necesitaba para dar un manto de legitimidad a su régimen.
Por legitimidad entiendo el reconocimiento a su derecho de mandar en Nicaragua, o, al menos, la aquiescencia para hacerlo. No tengo duda de que, teniendo otra opción, se habría saltado las elecciones, pero, como realista cínico que es, entiende que no tiene otra manera para justificar su permanencia.
Si hubiese tenido un partido fuerte y organizado, como el Partido Comunista Chino, le hubiese bastado con que el Comité Central lo nombrara. Si hubiese sido una monarquía, habría dicho que tiene el derecho divino a mandar. Sin embargo, no tiene a dios ni a un partido a su lado, por lo que acudió a la pantomima electoral.
Tiene varias cosas que juegan a su favor. Sigue a la ofensiva: sorprendió al encarcelar a candidatos opositores y luego abrir las urnas como si tal cosa. Enfrenta a una oposición fragmentada, en eterno pleito interno y sin un proyecto de unidad nacional. Sabe que los «comprables» siempre están a mano: basta con echarles unos pesos para que participen en la farsa. Tiene embarrado al ejército y la policía, y muchos ahí entienden que les irá bastante mal si cae. Finalmente, sabe que países grandes latinoamericanos como Argentina y México se harán los tontos, lo que le abre un espacio de sobrevivencia. El apoyo de Rusia y China debilita el aislamiento internacional.
Hicieron bien Costa Rica, Chile, Estados Unidos y la Unión Europea en no reconocer estas elecciones como legítimas. Sin embargo, no alcanza: el dictador sigue ahí. Entonces, ¿qué? Cada día en el poder es un triunfo para él, que ahora jugará al juego del desgaste y el olvido. Quizá provoque un incidente internacional para forjar una unidad nacional interna o tratará de pactar selectivamente con algunos empresarios poderosos. Ojalá no lo logre.
Las sanciones al régimen pueden escalarse, pero no garantizan «per se» un final feliz. La clave para mí es la oposición: si se une alrededor de un programa, un liderazgo y un mensaje, convertirá la indiferencia popular en fuerza del cambio y ello producirá fisuras en el régimen, lo que sería el fin de Ortega.
El autor es sociólogo.