Una serie de acontecimientos demuestran el preocupante aumento de los discursos de odio. Esto, junto con el reciente estudio de las Naciones Unidas en Costa Rica, refuerza la riesgosa situación en que nos encontramos.
Podría decir que es una fatalidad, que no es normal y emitir una crítica hacia nuestro estilo de vida. Si bien es muy necesario que empecemos a erradicar estas conductas, no debemos hacerlo sin pensar en las causas: el ascenso del fanatismo político y el predominio de la discriminación.
Pensemos en el fanatismo político. En un gobierno que normaliza el matonismo, es común que surjan actos como los ocurridos recientemente en la Asamblea Legislativa.
Lo normal sería que el presidente condenara estas actitudes y que la ciudadanía dejara de lado los criterios personales e ideologías para demostrar solidaridad hacia las víctimas en el Congreso de los ataques proferidos por un fanático, que incluso amenazó de muerte al congresista Ariel Robles.
No obstante, hubo quienes lo atribuyeron a conspiraciones orquestadas y aseveraron que fueron planeadas por políticos de la oposición para hacer un show.
Pensar algo así es descabellado y me frustra saber que incluso entre los comentaristas en las redes sociales hubo quienes celebraron las amenazas contra el diputado, debido a sus sesgos ideológicos.
Ley trans
Las amenazas de muerte y la violencia política no son parte de la libertad de expresión, y jamás lo serán. Y hablando de violencia política, comentaré sobre la discriminación ejercida por figuras políticas, aparte del presidente, con respecto a proyectos de ley que procuran la protección de los derechos humanos, como la ley trans.
Esta ley tiene como fin reconocer la identidad y los derechos de las personas transgénero, no binarias, de género diverso e intersexuales. Si me lo preguntan, es muy necesaria para avanzar en materia de garantías y protección para una comunidad que no la ha tenido.
Cada quien tiene derecho a vivir su identidad como desee, es algo personal y a nadie le incumbe. Pero legisladores como Fabricio Alvarado y su bancada se han encargado de propagar, junto con otros congresistas, como Leslye Bojorges, una campaña de odio contra este sector de la ciudadanía, la cual ellos también integran, y, dicho sea de paso, en teoría, representan en sus curules.
Aunque personas como Alvarado poseen bases y valores religiosos que les otorgan una perspectiva distinta, los derechos no deben ser desafiados por creencias personales, pues les corresponden a todos sin distinción alguna.
Dice el diputado Alvarado que la ley trans pretende dividir, pero quien divide es él. La transfobia fue reforzada por el presidente, quien relacionó el proyecto con una metáfora sobre la transformación de un niño en pez. También hay mitos en torno al proyecto, transmitidos de un usuario a otro en las redes sociales, como por ejemplo el reconocimiento de la identidad de género a los menores de 12 años.
No es posible que en pleno siglo XXI sigamos sin tener conciencia sobre la diferencia entre género y sexo. Y, más aún, no es posible que los mismos que nos llaman a los progresistas “ofendidos” sean los primeros que se exaltan ante la libertad y autonomía de una persona para ser como desea ser.
¿A usted en qué le afecta cómo vive su identidad alguien más? Debemos dejar de ser selectivos cuando hablamos de libertad. También, cuando hablamos de defender los derechos de las demás personas. Si dice defender a la niñez, defienda a la niñez transgénero y hágale saber que es aceptada.
Si dice defender la vida, defienda la vida de la gente que históricamente ha sido discriminada. Se preguntará, ¿por qué emitir criterios como la oposición hacia la comunidad transgénero es discurso de odio? Pues, como dice la famosa frase que siempre comenta mi profesora en clase, mis derechos terminan donde comienzan los de los demás.
Intención de acallar
Cuando un criterio se fundamenta en discriminar, deja de ser opinión. La propagación de discursos de odio en nuestro país es un intento de callar a quienes defendemos las causas nobles.
Como he explicado en artículos anteriores, soy una estudiante de último año de secundaria, tengo 17 años de edad y soy mujer. Poseo ideales progresistas, y me gusta opinar en contra de las injusticias para abogar por los derechos de cada persona.
Recibo ciberataques adultocéntricos en las redes sociales por mis opiniones. Del mismo modo, puedo pensar en amistades, incluso en activistas y legisladores, o en quienes en sus profesiones, actividades y trincheras defienden el progreso y los cambios positivos, y son objeto de burlas e insultos.
Por esto, cierro mi artículo haciendo saber a todas esas personas que no estamos solas. El movimiento por la justicia social está intentando ser censurado o callado, pero eso nunca se logrará.
En mi caso, podrán insultarme, pero eso no me desmotiva para seguir escribiendo. Más bien, continuaré, y lo haré formulando mi opinión fundamentada con argumentos y evidencia. Y estoy segura de que no soy la única que piensa así; sé que seguiremos viendo hacia delante por el bien de las generaciones actuales y futuras. Por el bien de nuestro país y el mundo.
En estos días, nuestra situación es crítica. El odio se alza con fuerza en todos los aspectos. ¿Cuál es la manera de combatirlo? Fácil, deconstruyendo, conociendo nuestros privilegios, erradicando nuestros prejuicios, buscando siempre la manera de ser mejores personas y, sobre todo, luchando para que los patrones de violencia y discriminación ya no estén presentes. ¡Es todo!
La autora es activista cívica de 17 años.