Hurgando en internet, en busca de videos para proyectar a mis alumnos de la Maestría en Epidemiología de la Universidad Nacional, encontré uno que considero una obra maestra, a modo de stand-up. Quien habla al público es el Dr. Eduardo Sáenz de Cabezón, matemático español dedicado a la divulgación científica, arte que realiza con gran maestría.
Aclaro, de una vez, que este artículo será una especie de resumen del video “El espejismo de las mayorías: la matemática del hormiguero”, con mis propias interpretaciones y contextualizaciones. Pido perdón por el spoiler.
En su ponencia, el autor nos lleva, paso a paso, por medio de diversos conceptos matemáticos, finamente hilvanados, a intentar explicar las conductas de los seres humanos ante una serie de eventos no necesariamente masivos. Comienza explicando las bases de la teoría de grafos y explica cómo se conforman las redes a partir de las conexiones (relaciones) entre nodos (entidades). Aspecto fundamental es el grado del nodo, o sea, el número de conexiones.
Si se logra que un nodo tenga un alto grado, podría convertirse en uno con mucha influencia: los influencers. Nos recomienda entonces que tengamos mucho cuidado con lo que hacemos o decimos, porque podríamos ser influencers de mucha gente, aun sin proponérnoslo: en nuestra familia, grupo de amigos, alumnos, pacientes, etc. Aclara, eso sí, que esta influencia será mayor en las personas que con más facilidad cambian de opinión porque no tienen una bien formada, arraigada o sustentada.
Continúa la ponencia con el principio de “un cuarto-tres cuartos”, que sería equivalente al 25-75%. En este caso, explica cómo es suficiente con que un 25% de las personas de un grupo adopten una postura respecto a un tema o que adquieran y manifiesten una conducta para empezar a cambiar esas posturas y conductas en los demás, hasta cambiarla en casi el 100% del grupo.
Esto funciona especialmente en entornos de trabajo, en un amplio sentido de lo que ello significa, desde una familia hasta un aula universitaria, pasando por oficinas, etc. De seguido, y dando continuidad a la idea previa, nos introduce en el concepto de la “dictadura de las minorías”, propuesto por Nassim Nicholas Taleb, que, sin duda, nos parecería increíble; no obstante, es una realidad en una gran cantidad de situaciones.
Este concepto se ejemplifica en aquellas cosas de la vida en que, por garantizar un derecho a las minorías, la mayoría termina incorporándolas a su vida. Para que ello ocurra, deben cumplirse cuatro condiciones: 1) que para la minoría esa condición (derecho) sea importante, 2) que a la mayoría no le suponga un prejuicio, 3) que el grupo humano en que se desarrolla sea suficientemente complejo y 4) que la minoría esté homogéneamente distribuida en la población, que no formen guetos.
Trampa virtual
El “síndrome del despiste o equivocación colectiva”, propuesto por Jorge Wagensberg (1948-2018), no podía quedar fuera de la ponencia. Ocurre cuando el colectivo se equivoca más que los individuos. Un ejemplo es cuando un órgano de decisión técnica, ante un asunto que le es desconocido, no hace caso a los asesores; en tal situación, ese órgano tendrá más probabilidades de equivocarse comparado con que votaran aleatoriamente por una decisión sin que hubiera una discusión previa sobre el problema.
El corazón de la ponencia descansa en la explicación del “espejismo de la mayoría”. El autor regresa a los grafos y explica cómo es posible que la mayoría de una población vea como mayoritaria una opinión cuando en realidad no lo es, incluso siendo en extremo minoritaria.
Todo es cuestión de que algunos nodos tengan altos grados (muchas relaciones), es decir, influencers de gran alcance. Imaginemos que esta opinión atenta contra la salud pública: las mascarillas, en lugar de protegernos del contagio de las infecciones respiratorias, más bien nos asfixian; otro ejemplo: las vacunas contra la covid-19 no son vacunas y que en realidad no protegen y más bien nos enferman.
Al cabo de un tiempo, la opinión mayoritaria terminará siendo la que es perniciosa para la sociedad. Los ejemplos utilizados sobre lo que es perjudicial para la salud pública o no lo digo basado en evidencia científica que, en mi posición de científico, me parece la más verosímil por haber sido sometida a los rigores del método científico y de los procesos de arbitraje por expertos, además del escrutinio desconfiado de la comunidad científica mundial.
Muy relacionado con ello es el concepto del “filtro de burbuja”. Aquí, los algoritmos de la internet se encargan de identificar nuestros gustos y preferencias, entonces, nos seguirá ofreciendo información relacionada con esas preferencias y, más interesante aún, con las de la comunidad de la que uno forma parte. De es forma, uno termina reafirmándolas e, incluso, adoptando como propias las preferencias de los demás.
Si uno no tiene plena conciencia de ello, podría empezar a distanciarse de algunas personas y acercarse, sin siquiera darse cuenta, a otras a las que los algoritmos han detectado que son de mi misma burbuja, mi comunidad. De ahí en adelante, el peligro de la polarización puede volverse cada vez más probable. Este fenómeno se agudiza por la “amplificación de los extremos” en que las opiniones más fuertes y altisonantes, por extremas, son las que más se escuchan o se ven, no importa si son ciertas o falsas, buenas o malas.
Cajas de resonancia
Cuando todas esas condiciones —filtros de burbuja, amplificación de los extremos, equivocación colectiva, fenómeno de un cuarto-tres cuartos (25-75%) y el espejismo de la mayoría— se juntan en una peligrosa mezcla, podríamos percibir una realidad que, seguramente, estará muy lejos de lo que en verdad es. Corremos el peligro de aceptar como buenas y válidas las opiniones falsas, infundadas y perniciosas dadas por personas, algunas veces de forma ingenua, pero muchas otras con total premeditación, alevosía y ventaja. El efecto final será terminar aceptando esos hechos o ideas como ciertos; incluso, convirtiéndonos en sus cajas de resonancia.
Si bien es cierto que el Dr. Sáenz de Cabezón no incluye, explícitamente, el concepto del “sesgo de confirmación”, yo sí deseo dejarlo patente. Quien cae en este tipo de sesgo busca que las demás opiniones confirmen la suya y, en ese proceso, concede la mínima importancia a opiniones, sentimientos o pensamientos que son distintos de los suyos. Este sesgo suele ser involuntario, incluso, actualmente, inducido: los algoritmos de inteligencia artificial de la internet lo hacen por nosotros: filtros de burbuja.
Es muy probable que creemos nuestras propias redes por afinidades en un tema, o que los algoritmos nos ubiquen en ellas sin que nosotros lo deseemos. Por ello, es importante que, al hacer búsquedas en internet, le concedamos importancia y espacio a saber lo que piensan, sienten y creen los demás sobre el mismo tema: una especie de balance de criterios. No hacerlo supondría una suerte de ignorancia de lo otro y, por añadidura, del otro.
Los buenos científicos, o quienes aspiramos a serlo, sometemos a prueba nuestras hipótesis, sospechas, juicios, prejuicios e, incluso, lo que ha sido juzgado y dado como bueno por expertos. Ese es el secreto de la buena ciencia: la duda razonada y el deseo de someter a juicio riguroso, una y otra vez, el conocimiento producido por otros e, incluso, por nosotros mismos.
De ahí que la repetibilidad de un resultado científico sea un deseo y, en su búsqueda, se encuentren las excepciones que, a la larga, podrían constituirse en los conocimientos renovados que reemplacen a los anteriores. El conocimiento debe, necesariamente, ser examinado y reconstruido día tras día.
Llegado a este punto, reflexiono si es posible revertir tales efectos perniciosos utilizando las mismas armas que aprovechan aquellos que nos meten en los terribles problemas de salud pública global en tiempos de una pandemia causada por el SARS-CoV-2, efectos que van mucho más allá de los cientos de miles de enfermos y los millones de muertos.
Decenas de millones de niños y adultos mayores perdieron a sus cuidadores, cientos de millones de personas perdieron su sustento en forma temporal o definitiva y la economía mundial se vio fuertemente golpeada. Las vacunas contra la covid-19 vinieron a marcar la diferencia en forma positiva; sin embargo, muchos quisieron hacernos creer que tales respuestas farmacológicas eran inventos que no harían más que enriquecer a unos pocos a costa de utilizarnos como sus conejillos de Indias o, incluso, objetos de planes de dominación global. Otras tantas cosas se podrían decir con respecto a las mascarillas y otras medidas para prevenir los contagios y sus efectos negativos.
Si hemos sido capaces de identificar tales estrategias detrás de campañas mundiales de desinformación, de intentos por capturar y secuestrar los pensamientos, sentimientos y creencias de las personas y convertirlos en forma negativa, ¿por qué no utilizarlas en forma beneficiosa?
Hoy buscamos maneras para que la gente vuelva sus ojos, en forma positiva, a las vacunas de todo tipo, no solo contra la covid-19; quizás ahí esté la respuesta: una dosis de su propia medicina.
El autor es profesor de Epidemiología en la UNA desde hace 20 años. Ha publicado unos 140 artículos científicos en revistas especializadas.