En materia electoral, las percepciones son determinantes, bastaría con que algún acontecimiento fuera visto como clave para que sus consecuencias también lo sean
En noviembre del 2017, competían 15 candidatos por la presidencia, los indecisos reportados por la encuesta del CIEP-UCR alcanzaban un 37 % y las intenciones de voto las encabezaban Antonio Álvarez (PLN), Juan Diego Castro (PIN) y Rodolfo Piza (PUSC). Entre los Alvarado, Carlos apenas llegaba al 4 % y Fabricio, a la mitad. Bastó un hecho de gran impacto, en enero —el apoyo de la Corte Interamericana de Derechos Humanos al matrimonio igualitario—, para que el panorama cambiara radicalmente. El resto es conocido.
Hoy existen 27 candidatos, aunque podrían ser 25. La misma encuesta revela un 53 % de indecisos, y los punteros en las preferencias son José María Figueres (PLN), Lineth Saborío (PUSC) y José María Villalta (FA). El primero bajó del 19 al 13 % entre octubre y noviembre, mientras que Saborío y Villalta crecieron dos puntos cada uno, a 10 y 6 %, respectivamente: desde agosto tienden al alza. La principal explicación del cambio es el caso Diamante, que, además, colocó la corrupción como principal inquietud de los electores, por encima del desempleo y el costo de vida.
Las débiles identidades políticas, la indecisión extrema, las suspicacias y el número sin precedente de candidatos, sumados al poco entusiasmo que, por ahora, despiertan, son una mezcla ideal para la dispersión y la incertidumbre. No se trata, únicamente, de preguntarnos cómo votará la mitad de los indecisos, o si se abstendrán de hacerlo; la posibilidad de que muchos ya decididos cambien sus preferencias también existe. Hace cuatro años, el Estado de la Nación, mediante el seguimiento a grupos de votantes, documentó cambios tan inusitados como, por ejemplo, que alguien partidario del Frente Amplio en un momento, en otro optara por el Movimiento Libertario.
No imagino en el horizonte nada equiparable a la opinión consultiva de la Corte-IDH. Sin embargo, en materia electoral, las percepciones son determinantes, bastaría con que algún evento fuera visto como clave para que sus consecuencias también lo fueran. Al margen de ello, el flujo entre preferencias es posible que aumente.
Todo esto implica ser muy cautos al pronosticar resultados y que los candidatos tengan como prioridad entender plenamente al electorado, calibrar sus mensajes con precisión y convicción, y prepararse para lo inesperado. El flujo es la normalidad.
Eduardo Ulibarri es periodista, profesor universitario y diplomático. Consultor en análisis sociopolítico y estrategias de comunicación. Exembajador de Costa Rica ante las Naciones Unidas (2010-2014).
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