Las generaciones jóvenes la tienen más difícil que nosotros cuando estábamos abriéndonos paso a esas edades por la vida. Crecí en el mundo de la posguerra, una época peligrosa e incierta como pocas. La Guerra Fría dividía al mundo en grandes campos políticos e ideológicos y el riesgo de una guerra nuclear pendía sobre la humanidad como una espada de Damocles. En nuestra convulsa América Latina, meneada por tanta revolución, golpes de Estado y dictaduras crueles y antediluvianas, muchos jóvenes enfrentaban, literalmente, situaciones de vida o muerte.
El tiempo, como el ron, es, sin embargo, un destilado. Su paso permite “evaporar” los problemas que vivíamos entonces y, permítaseme la figura, verlos con otro color y sabor. Los rones añejados, sabemos, adquieren el aroma de la madera de las barricas donde reposan por años. El tiempo hace cosa similar con la textura de los dilemas que enfrentábamos entonces. No es que los minimiza, porque fueron lo que fueron, pero sí les da otra medida.
En aquella época se discutía acerca de cuál era la mejor utopía para lograr un futuro más feliz y justo para la humanidad; nos agarrábamos, también, acerca del curso de acción más adecuado para hacerlo realidad. Los odios, el ensañamiento, la pasión y los excesos que veíamos (y, a veces, nos negábamos a mirar) no ocultaban que, subyaciendo a la tragedia, había una visión optimista. El futuro, si tomábamos el sendero correcto, iba a ser mejor que el pasado. Y la guerra nuclear, por ser decisión de humanos, podía ser evitada (y lo fue) mediante un manejo cauto de los conflictos.
En cambio, a la niñez y juventud de hoy les hemos robado el futuro. Su problema no es cómo llegar a un mundo mejor, sino cómo evitar la destrucción de la sociedad planetaria por los efectos de la crisis climática y la extinción masiva de especies causada por nosotros y nuestros padres. Es para mí angustioso cuando imagino el mundo que vivirán mis nietas y sus contemporáneos: ¿Tendrán chance para, como humanidad, evitar los peores escenarios, sabiendo que a partir de cierto punto el curso de evolución global ya no dependerá de sus acciones, sino de la naturaleza? La tecnología ayudará, pero no es cura milagrosa. Yo estaré bajo tierra, pero ellas y sus hijas no. Quizá, por eso, creo que estamos obligados a devolverles algo de su futuro reduciendo la huella ecológica de nuestra producción y vida.
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El autor es sociólogo, director del Programa Estado de la Nación.