A propósito de que en el Archivo Nacional de Costa Rica (ANCR) los días 16 y 17 de agosto habrá charlas, exposiciones y talleres donde varios especialistas en la vida y obra de José María Figueroa Oreamuno nos aproximaremos a las genealogías que compuso, sorprende gratamente la cantidad de personas que se han interesado por la disciplina develadora de quienes fueron aquellos por los que hoy somos.
El número de rastreadores de raíces familiares y de investigadores que, cada día más, nadan en la savia de los intrincados tallos genealógicos aviva el interés por abrevar en datos antepasados, precisamente cuando alguna gente considera que es una materia menor o en el mejor de los casos subordinada a otras con más postureo.
Las ciencias genealógicas, además de nutrir el seguimiento de nuestras líneas ancestrales, entre otras cosas, desvelan épocas, enriquecen los contextos al radiografiar a quienes los vivieron, detallan nexos humanos de la cotidianeidad, dilucidan causas de enfermedades y disturbios de nuestra psique, desentrañándolos al conocer la ascendencia de nuestra sangre, su estirpe y proveniencia.
No son un entretenimiento, pero pueden ser muy lúdicas; en todo caso, son tan importantes como saber la procedencia de nuestras múltiples herencias. Las mercurianas genealogías también han sido utilizadas como mecanismo de control político, religioso o militar por los poderes hegemónicos, los cuales las han aprovechado para rastrear información sensible de las poblaciones, al igual que ocurre con los censos. Las ciencias genealógicas son delicadas y a veces inclusive peligrosas, especialmente para los ocultadores del pasado.
Muchas veces relacionada con lo casposo o con la justificación de blasones desteñidos, la disciplina genealógica toma aire y se solidifica en los trabajos analíticos contemporáneos, renovando el estudio de los abigarrados árboles vitae.
Los entronques, las tablas y los cuadros sinápticos urden lienzos para explicar basalmente fragmentos de nuestras sociedades, vinculando a sus individuos, estudiando sus estamentos, denunciando orígenes raciales y exponiendo verdades del pasado con metodologías de hoy.
El impulsor costarricense
José María Figueroa Oreamuno fue un cartaginés nacido en Alajuela como ciudadano del Imperio español y fallecido en San José. Su vida abarcó ochenta años del siglo XIX, desde 1820 hasta 1900, y legó a Costa Rica multiplicidad de faenas y varias obras, entre ellas el documento más arcano de los habidos en el país: el Álbum de Figueroa, donde se retratan con trazo primitivista y se comentan hepáticamente trazos fundamentales de nuestra historia, al lado de fotografías, recortes, acuarelas, dibujos y una sumatoria de maravillas surtidas para asombro de la posteridad.
El Álbum digitalizado está disponible en internet; el original es celosamente custodiado en el ANCR junto a otros trabajos de Figueroa: es un compendio de más de doscientos folios enormes, originalmente reunidos en dos volúmenes. Un buen trozo del segundo abriga las primeras genealogías sistemáticas elaboradas en el país por aquel egregio decimonónico.
Desde la Colonia, en nuestra tierra se esbozaban seguidillas de antepasados procurando afianzar abolengo o pretendidas noblezas criollas, prístinas de sangre y pródigas en servicios al Imperio. Sin embargo, fue Figueroa quien acucioso se abocó a investigar y construir un bosque genealógico, con detalles a veces tan excesivos como una contemporánea noticia de sucesos.
Para muestra, un botón: una redondela en la que destaca el nombre de Juana Castillo, alias la Gata, y explica que fue asesinada por José Corona y sus cómplices Trinidad Pacheco y Gerónimo Mora en el potrero del Piapia.
Nombre, apodo, victimarios y sitio del homicidio son consignados por el autor junto con cientos de datos y decenas de chismes que edificaron la patria primera. Los ancestros de la gatuna y los detalles del crimen están en el folio de las “Familias oriundas de Ujarrás viejo y que se fueron a la capital moderna” (Cartago), plana curiosamente ilustrada por un retrato a lápiz del primer jefe de Estado, Juan Mora Fernández.
Y así hay casi doscientos pliegos de temas costarricenses variados, aprehendidos por un recopilador hormiga, quien por igual los saturó de información confiable o los preñó de incongruencias, especialmente salpicando con dardos certeros sus genealogías riquísimas, las cuales susurran las vidas de nuestros antepasados, constructores de la patria inédita.
El autor es escritor.