El cooperativismo es un ideal superior. El motivo del trabajo, la producción y la distribución es el servicio, no el lucro. Lo fue así desde sus orígenes, pues surgió en el mundo como un movimiento enfocado en el valor de la solidaridad.
El nacimiento del cooperativismo tuvo, como una causa primaria, la desgracia en que los tejedores europeos cayeron a raíz de la imposición del sistema fabril. La automatización que la entonces novedosa maquinaria industrial impuso, generó un enorme desempleo entre los tejedores. Un desafío que, con la Cuarta Revolución Industrial, amenaza con resurgir.
Por eso, días atrás, este diario consignó en su portada que la automatización acecha a la mitad de los empleos del país. Pues bien, en el siglo XVIII, en algunas regiones de Escocia, como Govan o Fenwick, surgieron las primeras organizaciones con un modelo algo similar al ideal cooperativo. Sin embargo, fue en 1844, en el noroeste de Inglaterra, propiamente en la ciudad de Rochdale, donde cerca de 30 tejedores establecieron formalmente la primera organización que presentaba las características esenciales de lo que hoy entendemos es una institución cooperativa.
Era una cooperativa de consumo, en donde los obreros se organizaron para la compra de artículos y suprimieron la encarecida intermediación. El proyecto surgió con la acumulación de un capital común, recaudado mediante cuotas cuyo valor era el de una libra esterlina.
Si bien es cierto la intención inicial de los obreros de Rochdale fue la apertura de un almacén de abarrotes, el éxito de la acometida les permitió también incursionar en la construcción de vivienda obrera. Tuvo tan buen suceso que terminaron involucrados en muchas otras ramas del quehacer económico, como, por ejemplo, la elaboración de bienes o el arrendamiento de fundos agrarios.
Tal como lo señalan los destacados historiadores Óscar Aguilar Bulgarelli y Carlos Fallas, el primigenio cooperativismo estableció algunos principios fundamentales, entre otros, un interés limitado al capital, distribución equitativa de los beneficios, igualdad de derechos de los socios, control democrático de la organización, fomento de la educación y libre asociación.
Primeros brotes. En nuestro país, la primera noticia de la actividad cooperativa data del siglo XIX, cuando se intentó con una organización denominada Cooperativa Agrícola Costarricense de Cultivos y Colonización Interior.
Un segundo antecedente fue la Sociedad Obrera Cooperativa, constituida en 1907. Tenía por finalidad proteger a sus asociados de una intermediación comercial abusiva, por lo cual se constituyó como una cooperativa de consumo básico.
A partir de aquellas iniciativas surgen muchas otras. Al punto que, en la administración de Federico Tinoco, se decretó la creación de la Comuna Agrícola Costarricense, instaurando un sistema similar al de las cooperativas autogestionarias. Pese a ese primer decreto, que data del año 1918, el cooperativismo era un movimiento sin ninguna base legislativa.
Crecía espontáneamente y sin mayor concierto. No fue sino con la ley de asociaciones de 1939 y, posteriormente, con un capítulo sobre cooperativismo dentro del Código de Trabajo de 1943, que este movimiento asumió cierta carta de ciudadanía legal. Incluso, con el tiempo, por la necesidad de fomentar la actividad se llegó a elevar a rango constitucional.
Como todo ideal, la forja del cooperativismo costarricense implicó un largo camino de esfuerzo. De hecho su consolidación caminó en paralelo al de los luchadores sociales del siglo XX, quienes, en su ideal democrático, confrontaban el principio marxista de la lucha de clases. No por casualidad, la central sindical democrática Rerum Novarum, dirigida por los presbíteros Benjamín y Santiago Núñez, e inspirada en la doctrina social de la Iglesia católica, tuvo la participación de algunas organizaciones del sector, como la Cooperativa de Consumo La Unión, dirigida por el sacerdote Santiago Zúñiga. Aquí vale recordar que el cooperativismo, al igual que el solidarismo, este último un movimiento más reciente y de sello netamente costarricense, son corrientes que han sido antídoto contra la violencia social y su doctrina de lucha de clases.
Apoyo bancario. Pues bien, el impulso y la popularidad que el ideal cooperativo fue obteniendo, con el pasar de los años motivó la intervención de la banca en apoyo de estas organizaciones. El resultado fue que, para la década de 1940, empezaron a consolidarse entidades cooperativas de gran tamaño y capital. Coopevictoria y la Cooperativa de Productores de Leche R. L., son dos ilustraciones de aquella época, que lograron gran suceso en la historia económica nacional.
Como botones de flor en abril, a partir de entonces, empieza a surgir en Costa Rica una cascada de empresas similares. Su fuerza y vigor generaron que en las décadas de 1970 y 1980 se aprobaran leyes e instituciones que han sido claves en la consolidación y desarrollo del cooperativismo: en 1973, la ley de asociaciones cooperativas y, con ello, el Instituto de Fomento Cooperativo y el Consejo Nacional de Cooperativas.
En la siguiente década, con la ascensión al poder de Luis Alberto Monge, el movimiento cooperativo se elevó a un nuevo nivel. Se fortalecieron las cooperativas como entidades del sistema financiero, el Ministerio de Educación se empleó a fondo con las cooperativas juveniles, estableciendo además una amplia normativa promovida para estimularlas, y se modificó la ley orgánica del sistema bancario nacional para instaurar un capítulo de entidades de crédito cooperativas, entre otros importantes avances.
El resultado de este proceso es que para el censo cooperativo del 2012 nuestro país se acercaba ya al millón de personas asociadas a empresas cooperativas, una cifra cercana al 21 % de la población en más de 500 organizaciones.
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Labor social. Amerita reconocer que las organizaciones cooperativas cumplen una labor social de primer orden. Citaré solo dos ejemplos. El 9,2 % de los asegurados son atendidos por cooperativas de salud y más de 700.000 costarricenses reciben servicios eléctricos por medio de cooperativas.
Podría citar muchos ejemplos más, pero el asunto esencial aquí es el que paso a indicar. Por una parte, tenemos las organizaciones estatales de corte burocrático y, por otra, las organizaciones de la economía social solidaria.
La pregunta de fondo es: en aras de resolver nuestras necesidades de distribuir la riqueza nacional eficientemente, ¿qué tipo de organización deberíamos prioritariamente estimular: las de la economía burocrática del sector público o las de la economía social solidaria?
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El autor es abogado constitucionalista.