El destacado intelectual argentino Jorge Abelardo Ramos, autor de aquella profusa Historia de la nación latinoamericana, afirmaba que “América Latina no estaba dividida porque era pobre, sino que era pobre porque estaba dividida”. Un pensador que veía con ensoñación el ideal de la patria grande de Bolívar, según el cual las naciones latinoamericanas seríamos una sola.
Si pasamos revista de los desastrosos experimentos políticos latinoamericanos a lo largo de la historia y a nuestra triste realidad cultural que los hicieron posibles, la conclusión es que la unificación política de nuestros países es una quimera inconveniente.
Imaginemos la tragedia a gran escala latinoamericana ensayos populistas como el de Perón en Argentina, el de Chávez-Maduro en Venezuela o el de Somoza-Ortega en Nicaragua. No me refiero a un problema de ideologías, pues tuvimos déspotas de todos los espectros.
¿Qué hubiese sido de nosotros si los 30 años de satrapía Trujillista, los 42 de somocismo o las 6 décadas de estalinismo cubano hubiesen sido a escala latinoamericana? ¿O que la hiperinflación del 25.000 % que hoy azota a Venezuela recorriera desde el río Bravo hasta Tierra del Fuego?
Amenazas de este tipo nos hacen dudar del sueño de la unidad latinoamericana como realidad política absoluta. Sin embargo, la pregunta de rigor es si el hecho de que sea inconveniente la fusión política implica también la inconveniencia de la unidad económica.
La respuesta es no. El que una fusión política sea desfavorable para los latinoamericanos no necesariamente implica que también lo sea la unidad económica.
Patrón ideal. Ahora bien, aquí la pregunta es el patrón de mancomunidad económica que nos podría convenir, y en busca de esa respuesta la experiencia histórica es una juiciosa aliada para contestarla. Veamos.
Leí la tesis sobre la conquista del poderío europeo escrita por el historiador de la economía Phillip T. Hoffman, la cual creo que, en términos generales, es aplicable a la mayoría de los grandes imperios del pasado.
Para Hoffman, el poderío imperial de Europa tiene su explicación en el hecho de que, durante siglos, los territorios feudales europeos viviesen en constante lucha armada entre sí. Esto los llevó a desarrollar, no solo una avanzada tecnología militar, sino también Estados fuertes que, en una etapa posterior de la historia, permitió a las naciones de ese continente conquistar el mundo.
Esa es la razón por la cual la mayoría de las mancomunidades económicas que han surgido en la historia han estado sustentadas en la iniquidad. Porque han sido impuestas sobre un mal fundamento: el del sojuzgamiento.
Rodríguez Neila, erudito en historia antigua, nos recuerda Sumeria, la primera gran sociedad económica de la humanidad; allí, por la explotación de las fértiles tierras de Mesopotamia se generaron graves conflictos con etnias y comunidades limítrofes, lo cual exigió una enorme organización bélica, y a partir de ello, el surgimiento del primer gran Estado militar.
Ni qué decir de los ejemplos que vinieron después: egipcios, persas, romanos o tantas otras civilizaciones que, a partir de la opresión político-militar, alcanzaron la unidad económica sobre vastos territorios.
Como resulta obvio, a partir de la subyugación propia de tales modelos de mancomunidad económica se produjo una tremenda desigualdad. De más está afirmar que comunidades económicas de tal naturaleza son a todas luces inconvenientes.
Alianzas. Existe otro arquetipo de mancomunidad económica que nos convendría fortalecer a los latinos. Me refiero a las comunidades económicas surgidas a lo largo de la historia como producto de la alianza o la convivencia entre sociedades económicas sin que tal unión implique una vocación de sojuzgamiento.
Hay dos ejemplos que emular. El primero, la unión comercial surgida originalmente entre 13 colonias inglesas que, a partir de 1750, empezaron a colaborar entre ellas, al punto de generar, con el paso de los años, su independencia del reino británico y el surgimiento de la mayor potencia económica conocida hasta hoy: la unión americana.
Un segundo ejemplo es el de la Unión Europea. Si bien es cierto notables contingentes sociales en Europa están dinamitando y ven hoy con recelo dicha unificación económica, nadie que esté seriamente documentado puede negar el beneficio económico que depara al continente.
A quien me contradiga, invoco una única estadística lapidaria: es gracias a dicha mancomunidad económica que fue posible la creación de una cifra cercana a los 3 millones de empleos y anualmente más de $250.000 millones en intercambios comerciales.
A partir de lo ilustrado, podemos afirmar que el ideal de unidad latinoamericana que sí es posible y conveniente es el de este modelo de carácter económico. Allí se conserva la independencia política de los Estados y se establece a la vez una fortísima aleación comercial y financiera sobre bases jurídicas firmes e igualitarias, las cuales no serían alteradas por la sola voluntad de algún tiranillo de baja estirpe, que oprima a alguno de los Estados latinoamericanos integrantes de la mancomunidad.
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Beneficios. Este tipo de comunidad económica generaría innumerables ventajas, que beneficiarían a los latinos en el crecimiento exponencial, entre otros, de la circulación de bienes y servicios en lo interno de nuestros propios mercados latinoamericanos, la productividad y el empleo general de nuestras economías, la potencia negociadora frente a los otros polos económicos del mundo, una mayor capacidad de reacción reguladora frente al poderío de los intereses transnacionales, garantías de seguridad jurídica, tanto para el consumidor, como en relación al intercambio financiero y comercial de los productores e industriales latinoamericanos entre sí.
Obtendríamos, además, mayor atracción de inversión hacia el subcontinente, mayor acceso y a un costo mucho menor de los sistemas de América Latina de Internet, telefonía y comunicación en general, más capacidad de acción que permita generar presión económica contra los sistemas opresores.
Cité siete ilustraciones dentro de muchas más posibles. Dadas las condiciones de desventaja en la que estamos los latinoamericanos frente a los demás polos de poder económico mundiales, intentar una quimera de tal naturaleza nos ofrece un mundo que ganar.
fzamora@abogados.or.cr
El autor es abogado constitucionalista.