Pilar Cisneros esperaba ver entrar a Leonel Baruch con armadura y lanza al Congreso, pero se decepcionó cuando llegó vestido de saco, aunque sin corbata.
Se lo reclamó cinco veces: “Yo pensé que... era un caballero, pero ya veo que no”, “pense que era un caballero, pero no lo es”, “pensé que era un caballero, pero ya veo que no”, “me duele mucho, pensé que era un caballero, pero ya veo que no”, “yo pensé que usted era un caballero, pero ya veo que no”.
Ella, mujer fuerte y empoderada del siglo XXI, se pregunta dónde está el ideal caballeresco. ¿Adónde se fueron los hombres dispuestos a luchar por la justicia y proteger a las damas en apuros? Ella, “tan ingenua”, le había revelado sus ambiciones más profundas: destruir a La Nación.
“¡Afrenta!”, le reprochó Pilar, sin reponerse de su incredulidad. Leonel Baruch le respondió claritico: “Aunque no le parezca ahora, soy y siempre he sido un caballero. Lo que no soy es un servil de su jefe, ni de su circo, y no lo seré jamás”.
Los caballeros, según la tradición medieval, deben ser valientes y estar dispuestos a enfrentar peligros y adversidades en defensa de los débiles, la justicia y su señor, a quien juran fidelidad y se comprometen a servir y proteger en todo momento.
En el 2023, el caballero se declararía al servicio del pueblo, el ciudadano, el soberano. Algo así se conoce —o se conocía, porque esta historia tiene un pretérito sin inteligencia artificial— como democracia: de demos, pueblo, y kratos, poder. “Matemática básica”.
La valentía del caballero, aún en nuestro tiempo, seguiría siendo una virtud esencial, y la falta de ella, una grave deshonra. Pero Pilar lo ve de otra manera: “El juramento, parece ser, que ya no importa en tiempos de hombres sin moral, sin carácter y sin dignidad”.
A contrario sensu, el caballero, quienquiera que sea, ve el temeroso lago y se arroja, porque, si no, no será digno de ver las altas maravillas que encierran y contienen los siete castillos de las siete hadas que yacen debajo, explicó, claritico, Alonso Quijano al canónigo.
Pilar ignora el concepto de Quijano y Amadís de Gaula, al igual que el negocio bancario, el financiamiento de partidos políticos, el derecho tributario y las libertades de expresión y prensa.
Mal ejemplo para las nuevas generaciones es pretender trocar el ideal caballeresco, pilar de la nobleza y base del honor.
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La autora es editora de Opinión de La Nación.