El 16 de julio pasado el equipo de Ad Astra Rocket Company en Texas alcanzó un hito perseguido durante varios años: demostrar un disparo del motor de plasma VASIMR® sostenido por varios días a alta potencia. La prueba, de 88 horas a 80 kilovatios, impuso un nuevo récord mundial y es generosa recompensa a un equipo dedicado y tenaz, a lo largo de muchos años de prueba y error, y meticulosa atención a los detalles.
El proyecto, gestado en el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT, por sus siglas en inglés) a finales de 1979, fue un concepto teórico de mis investigaciones en la fusión termonuclear controlada. Había sido seleccionado como astronauta por la NASA en mayo de 1980, un sueño que acariciaba desde niño, y tendría que mudarme ese verano de Boston a Houston, más de 3.000 kilómetros al sur del país. A mis 30 años, fue un cambio radical en mi vida como investigador.
En la NASA encontré un choque cultural. El cuerpo de astronautas, compuesto principalmente por pilotos y aviadores militares, experimentaba un cambio con la incorporación de científicos como yo. El trabajo del astronauta requería volar, y era lógico que los científicos demostráramos nuestra destreza como pilotos, algo que dichosamente no me fue difícil. Sin embargo, la investigación científica era secundaria.
Muchos astronautas científicos dejaron la ciencia para ser «aceptados», y se sumergieron de lleno en el mundo operacional. Esa no era mi intención. Había invertido mucho en mi formación científica para abandonarla y consideraba que, al no hacerlo, sería un mejor astronauta. Había que romper ese molde.
A pocos meses de mi llegada propuse a mis superiores explorar el concepto VASIMR® en colaboración con el Centro de Fusión y Ciencias de Plasma del MIT. Incrementaría mis horas de trabajo para no interferir en mi entrenamiento. Para mi sorpresa, el proyecto fue aprobado en colaboración con el Dr. T. F. Yang (de grata memoria) y mi primer estudiante doctoral, hoy Dr. Warren Krueger, con equipos prestados del programa de fusión del Departamento de Energía.
Los primeros experimentos, que solo pretendían demostrar los principios de la física del motor, causaron otro choque cultural. El programa de fusión del MIT, enfocado en procesos termonucleares, tenía poco interés en el concepto VASIMR®, que no los requería.
Por otro lado, los propulsores de plasma estudiados en algunos centros de la NASA, estaban muy lejos de la potencia del VASIMR®. La pequeña e incipiente comunidad de investigadores de la NASA recibió al VASIMR® con desdén y escepticismo, considerándolo una amenaza a los programas establecidos. La guerra era inminente.
A pesar de los buenos resultados, el programa en el MIT sufrió continuos ataques. Algunos argumentaban que el VASIMR® era demasiado pesado e ineficiente; otros, que el motor, diseñado para operar a alta potencia, no encontraría dicha fuente eléctrica en el espacio.
Como si fuera poco, un programa de investigación dirigido por un astronauta en entrenamiento era algo insólito y desconocido. A principios de 1990 el programa peligraba ser cancelado y mi capacidad para mantenerlo era limitada por la distancia entre Houston y Boston.
Mi trabajo se había intensificado. Había completado dos vuelos espaciales y me preparaba para un tercero en julio de 1992. Para salvar el proyecto era necesario moverlo a Houston.
Por razones políticas, la dirección general de la NASA en Washington me prohibió trasladar el proyecto a Houston. Sin embargo, el Dr. Aaron Cohen, director del centro espacial, valorando las ramificaciones políticas contra la premura de salvar el proyecto, me lo permitió diciéndome «let’s do it but quietly» (hagámoslo, pero sin hacer ruido).
Mucho trascendió en el proceso, pero en un fin de semana, en el otoño de 1993, bajo un torrencial aguacero, tres furgones de la NASA, repletos de equipos y materiales, salieron del MIT en Boston con destino a Houston donde el VASIMR® encontraría su nuevo hogar.
En 1994 se fundó el Laboratorio de Propulsión Espacial Avanzada (ASPL, por sus siglas en inglés). La entidad existía solo en papel y un tanto clandestina dentro de la organización de la oficina de astronautas para evitar problemas con Washington. Los equipos provenientes de Boston se encontraban en bodegas y mi tarea, como director del laboratorio, era ver cómo habilitar un espacio para la reconstrucción del experimento.
El ASPL vivía en la NASA sin presupuesto específico, de donaciones esporádicas y fondos discrecionales del directorio de operaciones de vuelo y otros departamentos que se entusiasmaron por la nueva tecnología.
El ASPL lideró más de una década de grandes avances. Verificamos las teorías de operación del VASIMR® y diseñamos los primeros prototipos. El equipo que me acompañaba incluía a más de 50 investigadores de los laboratorios nacionales en Oak Ridge (Tennessee), Los Álamos (Nuevo México), otros centros de la NASA y universidades en Estados Unidos, Suecia, Italia, Irlanda, Japón y Australia.
Nos acompañaron decenas de estudiantes a nivel de posgrado, incluidos los primeros nueve costarricenses que contribuyeron enormemente al proyecto en un lapso de cinco años. Todo en forma relativamente clandestina y sin un presupuesto estable.
Vendrían más luchas y la búsqueda de una nueva casa. En el 2004, el ASPL iba a ser desmantelado junto con otros proyectos de investigación en propulsión de plasma para alimentar el proyecto Constellation, que pretendía regresar astronautas a la Luna.
Para salvarlo, le pedía a la NASA que, antes de desmantelarlo, me dejaran privatizarlo. Yo dejaría la agencia para liderar la nueva empresa. Privatizar los activos de la NASA y traspasarlos a su exdirector, un exempleado público, era legalmente inédito. No obstante, tras un escrutinio legal sin precedentes, el dictamen simple de los abogados de la NASA comunicó: el traspaso es en el mejor interés de los Estados Unidos.
El el 2005, Ad Astra Rocket Company fue incorporada en el estado de Delaware y domiciliada en Houston. Nuestros ahorros familiares constituyeron la primera y urgente inversión. Luego, gracias a la intervención de Carlos de Paco, el inversionista Stephan Schmidheiny aportó la segunda inversión. Así, despegamos.
Hoy, 16 años después, la empresa continúa en su ruta. En el 2006 fundamos la subsidiaria en Liberia, enfocada hoy en la tecnología del hidrógeno y energías renovables. En el 2010 entramos a la Bolsa Nacional de Valores, donde muchos otros costarricenses nos acompañan. En el 2015, la NASA regresó con un contrato de $10 millones que contribuyó al extraordinario resultado del 16 de julio.
A veces comento que, aunque lo más caro está por delante, lo más difícil ya pasó. Estoy seguro de que vendrán otras batallas, pero nuestro plan es sólido y nuestra visión, clara. Estamos en el umbral del éxito y listos para tomar el siguiente paso que nos llevará al espacio.
Franklin Chang Díaz es presidente y director ejecutivo de Ad Astra Rocket, como astronauta de la NASA realizó siete misiones espaciales.