Las principales víctimas son los estudiantes, sobre todo de escasos recursos, sumergidos en penumbras cognitivas y hasta emocionales difíciles de remontar. De aquí el riesgo de un retroceso social y generacional. Será trágico para el país, su economía, tejido colectivo y apuesta por la igualdad de oportunidades.
La descontrolada crisis que revela el apagón no podremos superarla con paliativos, que solo agudizarán las fallas crónicas, al ocultar fugazmente sus efectos y permitir que lo realmente grave siga igual, o empeore. La reforma impostergable es de gran calado, muy distinta a los planes y posturas usuales en las últimas décadas. Ante nuestros ojos está la más grave y aguda falla estructural y el más caro e injusto foco de regresión e ineficiencia pública del país. Para superarlo, la ruta es clara, pero los obstáculos son muchos y poderosos; la voluntad de afrontarlos, escasa.
Entre las tareas clave están una reingeniería total del colapsado y dispendioso MEP; la puesta en marcha de una genuina red de conectividad educativa, que integre a todo el sistema; los exámenes de conocimientos y competencias para ingresar al escalafón; la sistemática adaptación de contenidos; la evaluación constante, y con consecuencias, de docentes y administrativos; las pruebas nacionales, al menos como termómetro; la asignación racional de recursos y la adecuada infraestructura.
Dinero existe. Pocos países dedican tan alto porcentaje de ingresos a la educación. Pero han prevalecido la inercia, el gremialismo, el cortoplacismo, el temor, los liderazgos volátiles, la impunidad de los malos y la desmotivación de muchos buenos. El apagón ha sido institucional y humano. Es hora de cambiar y dar más luz a los estudiantes.
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