El perfecto autócrata del siglo XXI ya no es el estereotípico caudillo militar que llega al poder por la fuerza de las armas, cuyo tipo ideal fue magistralmente retratado por el politólogo británico Samuel Finer en su icónico libro El hombre a caballo.
El autócrata del siglo XXI llega al poder por voto popular. Los más afortunados llegan con cómodas mayorías en el Poder Legislativo que les permiten desmantelar el sistema de pesos y contrapesos muy rápidamente. Otros tienen que esperar hasta lograr cómodas mayorías legislativas.
Entre las primeras medidas que toman están los ataques a los organismos de control del Poder Ejecutivo con miras a su cooptación, desmantelamiento y posterior sumisión o desprestigio. Se trata hacer inoperantes las cortes constitucionales, cortes supremas, contralorías, fiscalías, etcétera, que dejan de poder cumplir con su papel fiscalizador. El aprendiz de autócrata despeja rápidamente su camino hacia el control del poder. “¡Fuera con los contrapesos!“, es la consigna.
Una vez eliminados o cooptados los organismos de control, el próximo paso es dominar las redes sociales, saturar el espacio mediático con propaganda favorable al régimen, multiplicar las medias verdades y alentar la desinformación. Al mismo tiempo, se amedrenta a la prensa crítica. Ya sea directamente retirándoles a los medios independientes financiamiento estatal (en general, publicidad) o bien amenazando físicamente a los periodistas que critican al líder o que cuestionan sus políticas.
El tercer paso es desprestigiar a la clase política tradicional acusándola de corrupta y desmantelar la burocracia profesional. Poco a poco, se va desguazando el Estado, se irán reemplazando a los funcionarios de carrera por incondicionales del régimen que cumplirán los designios del todopoderoso a cabalidad. La idea es ir concentrando el poder hasta que no haya elementos que se opongan a los designios del autócrata.
Habrá también que cooptar a las fuerzas del orden, policías y fuerzas armadas, y potenciar su protagonismo. En general, eso se logra aumentando los presupuestos de seguridad y de defensa. Tener el respaldo de la Policía y del Ejército es parte del plan.
El autócrata siglo XXI promueve una ideología tradicionalista que aboga por el regreso a un mundo que fue teóricamente mejor. Tiene un discurso etnocentrista, xenófobo, patriarcal y misógino. Promueve la sociedad ideal, que es la que imagina fue la de nuestros abuelos y bisabuelos cuando vivíamos en sociedades relativamente cerradas a la inmigración, los hombres eran los dueños de la esfera pública y las mujeres estábamos en la casa cuidando los chiquitos y haciendo el oficio. La población LGTBQ+ era invisible. Hoy gais, trans y queers exigen el reconocimiento y respeto que merecen y un sinnúmero de mujeres constituyen verdaderas protagonistas de la vida política, económica y social.
El autócrata del siglo XXI satura la plaza pública y, gracias a ello, es popular. Logra la adhesión de una parte importante de la población que se identifica con el hombre fuerte que pone orden en el “desorden” de la democracia. Divide el mundo entre ellos (las élites corruptas de las que hay que deshacerse) y nosotros (el pueblo sacrificado e incólume que triunfará).
El autócrata del siglo XXI no es probo. Aprovecha su poder para enriquecerse él, su familia y su entorno. Muchos no tienen empacho de hacer inclusive negocios con el crimen organizado.
Una vez que ha logrado deshacerse de los contrapesos, el autócrata del siglo XXI puede disfrutar libremente de su poder tanto más cuanto que hoy goza de la complicidad de la Casa Blanca. ¿Qué más puede pedir?
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Cristina Eguizábal Mendoza es politóloga.
