Me aparto por un momento de las congojas del déficit fiscal para comentar algo relacionado no solo con lo inmediato, que en la agenda nacional está y no está presente. ¿Que el clima está cambiando? ¡Y cómo! Aquí, en el terruño, las lluvias son menos frecuentes, pero más intensas a veces; en Guanacaste, este año la sequía ha sido más prolongada de lo que solía ser y aun en el Valle Central. Me preocupan las reservas para el año entrante.
Uno o dos años después de esas épocas secas, en nuestro vecindario de la cuenca del Caribe aumenta la intensidad y el número de tormentas, y los efectos son devastadores en algunos de los países. Cada vez menos, los negacionistas pueden sostener que es parte del ciclo. Aunque existiera alguna pequeña probabilidad de que lo sea, los actuarios recomiendan que aun si la probabilidad de un siniestro es baja, si sus efectos pueden ser graves o devastadores, es mejor (racionalidad utilitarista) cubrirse con una póliza.
Las acciones recomendadas en la Convención Marco de la ONU sobre Cambio Climático 2015 son lo más cercano a esa póliza colectiva con que cuenta la humanidad. (Debe recordarse el destacadísimo papel de nuestra compatriota Christiana Figueres en este inmenso logro).
En diciembre del 2015, publiqué en estas páginas (“París, GEI y cambio climático”) la tesis de que no era tan grave —contrario de lo que afirmaba la mayoría— que EE. UU. se hubiese negado, por razones de política interna, a aceptar que ese acuerdo fuera vinculante. Más importante, indiqué, sería que en las elecciones de noviembre del 2016 no fuera un republicano el elegido, pues podría echar atrás las medidas de carácter ejecutivo (no las leyes) para frenar los factores internos y controlables que agravaban el cambio climático, adoptadas a lo largo de los años y especialmente en el período de Obama.
Contra lo que indicaban las encuestas de aquellos días, un republicano (Trump) fue elegido y muy pronto empezó a cambiar las reglas sobre protección del ambiente. Un escenario oscuro empezó a hacerse aún más probable y grave.
Comprometidos. Dichosamente, algunos de los grandes estados (California y Nueva York), donde el potencial de mayor emisión de gases de efecto invernadero ocurre, se comprometieron a continuar sus políticas anticontaminación. Más relevante aún, es que grandes corporaciones reafirmaron sus compromisos en este sentido. Luces de esperanza surgían en medio de la oscuridad.
Francia, adalid de esta lucha, junto con la Unión Europea en general, reafirmó su compromiso y ha demostrado que esto es una política de Estado y de la Unión, independiente de los cambios de gobierno. China, jugador esencial en este problema, y en todo lo global, no echó atrás, a pesar de la actitud asumida por EE. UU. a escala federal, lo cual se explica en parte porque, internamente, la mayoría de las grandes ciudades chinas ya son estructuras de metal y cemento en medio de nubes de gases.
Pero, desafortunadamente, esos esfuerzos son insuficientes. El “punto de no retorno” se ha calculado que sería un aumento de 2 grados centígrados sobre la temperatura promedio de la era preindustrial (inicios del siglo XIX).
Si bien las acciones adoptadas han disminuido el ritmo de las emisiones, aún es insuficiente lo actuado y falta mucho por hacer. La Tierra sigue sufriendo.
Motivación. Sobre la cuestión, Patricia Espinoza, excanciller de México y secretaria ejecutiva de la Convención Marco de la ONU sobre Cambio Climático, y Anne Hidalgo, alcaldesa de París, publicaron recientemente un artículo de análisis y motivación hacia la Cumbre para la Acción sobre el Clima Global, por celebrarse en San Francisco de California entre el 12 y el 14 de este mes. Estoy seguro de que nuestro país estará muy bien representado y, como ha sido usual en estos asuntos, desempeñará un importante papel. En el artículo presentan información muy relevante.
Esa Cumbre está concebida como una plataforma para dar fuerte impulso a todos los esfuerzos dirigidos a enfrentar el problema del cambio climático y, específicamente, a alcanzar la meta definida en el Acuerdo de París. Su lema es “Elevar el nivel de ambición” (de las acciones y metas de sociedad civil, empresas y países) para evitar que lleguemos a un punto de no retorno. Pero para lograrlo, todas las partes interesadas, lideradas por los gobiernos y el ciudadano común, debemos involucrarnos y comprometernos con acción y no tan solo con palabras. Cada uno en su ámbito y en la proporción correspondiente.
Cambios. Ciertamente, se ha avanzado bastante, pero el balance es mixto. Por un lado, los nuevos proyectos de generación eléctrica de tipo renovable, que entraron en acción mundialmente en el 2017, fueron el 70 % del total. La ciudad de Nueva York, por ejemplo, ha ordenado la modernización (en sentido de hacerlos “energéticamente inteligentes”) de 14.500 de sus edificios más contaminantes. La ciudad de Oslo ha introducido un sistema de “presupuesto climático” para guiar sus decisiones de políticas públicas. Y otras ciudades en el mundo están tomando medidas significativas en este campo.
También en el sector privado grandes empresas se están comprometiendo con estos esfuerzos: más de 700 compañías globales de las más grandes, con una capitalización conjunta de más de $15 millones de millones, han adoptado planes ambiciosos para reducir la emisión de gases contaminantes. Y más de 300 inversionistas que representan casi el doble de la cantidad de capital arriba mencionada en activos han firmado la Climate+100, una iniciativa de cinco años para involucrarse con los mayores emisores de gases de efecto invernadero para mejorar la gobernanza del cambio climático, es decir, todas las acciones a escala global, nacional, regional y local, que contribuyen a prevenir, adaptar, mitigar y compensar los efectos del cambio climático, en el marco de los Objetivos de Desarrollo Sostenible.
Pero los riesgos son aún enormes: los especialistas prevén que para fines del 2020 las emisiones de dióxido de carbono (CO2) deben ser revertidas desde su nivel actual para que la acción del suelo, la floresta y otros sistemas naturales puedan absorberlas y así lograr la carbono-neutralidad para la mitad de este siglo.
Si bien hay avances enormes, aún no alcanzamos, globalmente, la meta. De hecho, la emisión de gases a la atmósfera se siguen acumulando a una tasa que nos llevará pronto ligeramente por encima del umbral de 1,5 grados centígrados de incremento (o sea a medio grado del punto crítico), y algunos de los peores efectos del cambio climático se estiman irreversibles.
En peligro. Sabemos que ya están en grave peligro los arrecifes coralinos, como el maravilloso en Australia, e incluso los nuestros, regiones polares (todos hemos visto glaciares derretirse) y los bosques lluviosos, que en nuestro caso son fuente de biodiversidad, riqueza biológica y material, imán para gran parte de nuestro turismo. Se están investigando, y en algunos casos poniendo en funcionamiento, soluciones científicas y tecnológicas específicas para cada situación, pero no será suficiente.
El desafío es enorme y lo que está en juego es, en pocas palabras, la vida sobre el planeta, tal como la han conocido todas las generaciones hasta ahora. Pero no ignoremos que el planeta nos está hablando, quejándose, con fenómenos naturales diversos. (Tampoco caigamos en el pensamiento mágico de atribuirle todo lo que pasa, como los temblores, al cambio del clima).
Hay también oportunidades económicas, como incentivos que se agregan a la motivación más importante, que es la conciencia y el compromiso con la belleza de la naturaleza, de nuestra generación y de las que vendrán. Cálculos del New Climate Economy Report indican que solo en el sector transporte se crearían 23 millones de nuevos empleos a escala global, anualmente, con la economía verde y en la transición hacia bajas emisiones de carbono.
La sustitución de nuestro actual modelo de transporte por uno con las nuevas tecnologías, atractivo para ciudadanos de clase media y de menores recursos, incluyendo un tranvía o alguno de los trenes urbanos de los que se ha hablado, y dejando el auto privado para paseos familiares largos y situaciones especiales, estaría incluida en estas mediciones.
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El problema general está definido. Las líneas de acción globales, los cambios macro necesarios, los retos por enfrentar muchas de las oportunidades y riesgos asociados y la ruta de acción colectiva existen. No es algo fácil ni ha sido sencillo lograr lo alcanzado. Pero hay un ethos diferente, una voluntad de cambio nuevo, expresada mayormente entre los jóvenes, pero no solo entre ellos.
Esperemos que en diciembre en la Conferencia de la ONU sobre Cambio Climático, en Polonia, los gobiernos terminen de delinear la puesta en marcha de las guías maestras del Acuerdo de París.
Nosotros, en Costa Rica, debemos superar los retos del ordenamiento financiero público y aprender “a portarnos mejor”, con mayor responsabilidad individual y colectiva para que el plan de aporte de nuestras contribuciones nacionales (que todos los países deben plantear y cumplir) sea, como siempre, un ejemplo dentro del concierto de esfuerzos mundiales. Escuchemos la rebelión de nuestro planeta azul, como lo llamó Jacques Cousteau.
El autor es economista.