Por una confusa seguidilla de desinformación que involucra a la Municipalidad de Heredia, al Instituto Nacional de Aprendizaje (INA) y a funcionarios de diversos mandos, se precipitó el destrozo histórico, artístico y urbano-patrimonial del nicho diseñado y construido por Fadrique Gutiérrez para la Fuente de Neptuno en Heredia.
No ampliaré sobre si esa barbaridad es reparable o no, y prefiero ocuparme del genio que ideó la obra hoy desaparecida. Quizá así aporte algo de conocimiento para evitar que otras acciones de descoordinación entre instituciones provoquen una malhadada orden que exija destruir el Fortín.
Al verlo tembló la tierra
Con efectismo cinematográfico, el 7 de setiembre de 1841, en medio parque central de Heredia y en un improvisado tenderete, vio la luz Fadrique Gutiérrez Flores. El escritor Luis Dobles Segreda, quien recopiló vida cierta e historias dudosas de aquel calificado como hidalgo extravagante de muchas andanzas, dijo que “lo parió la tierra estremecida y agitada” porque el día del parto se vino un terremoto de mecatazo que sacó a todos de sus casas y los hizo pernoctar en las calles.
Sabemos poco de la niñez de Fadrique, pero rápido lo tenemos adolescente con el latín sabido en seis meses, cosa que lo ubicó entre los raros del pueblo, máxime si sumamos que durante mucho tiempo fue el herediano que más joven obtuvo un diploma: apenas cumplidos los 15 años fue bachiller en Filosofía.
Costarricense de baja estatura y desgarbado, pero ingenioso, turbulento de fábula y rupturista en el arte, Fadrique fue un ciclón de ricos pensamientos y quehaceres. Tuvo una formación escolástica, pero sin pensarlo mucho se pasó a liberal y luego nadó en las aguas que quiso, al tiempo que erigió construcciones físicas y estéticas que la posteridad se resiste a reconocer en su valía.
Algunas son o fueron curiosidades arquitectónicas de estructuras inimaginables, llenas de pasadizos propios de relatos esotéricos, dotadas de una belleza móvil entre lo medieval y lo imposible. Además, se le reconoce como el modelador de los principales símbolos icónicos de dos de nuestras principales ciudades: la cúpula de la catedral de Alajuela y el Fortín de Heredia.
Fue él quien trajo la primera linterna mágica. También fue pionero en la fotografía de ferrotipo en el país, pero, aunque ducho en ese arte incipiente, se ganó la vida como agrimensor. Sin embargo, se valió de su imagen de reconocido fotógrafo para protagonizar una de las más ingeniosas escaramuzas de la historia política tica, la que acabó con el gobierno de Jesús Jiménez.
Porque si bien Fadrique con una mano manipuló diestro los pinceles, las gubias y el cincel, con la otra le sacó brillo al fusil de chispa en cuanta revolución tuvo oportunidad de participar, cuando no anduvo haciendo versos que lamentablemente se perdieron en los castigos que penó en la isla del Coco, por alborotero.
Contrario a lo que podría pensarse, el arte no era la razón de vida de este herediano universal. Su numen era la política; su fin, entronizarse en la presidencia de la República. Para conseguirlo, además de idear asonadas tropicales, se erigió dictador de repúblicas imaginarias, enhebró una ciudadela mágica en las entrañas de la ciudad de Heredia y se constituyó en el limpio candidato de unas sucias elecciones, las cuales irónicamente lo condenaron como preso infernal en uno de sus edificios celestiales: el Fortín de la vieja Villa Vieja.
Artista fundacional
Antes de enredarse con la política nacional, Fadrique Gutiérrez era imaginero. De su imaginería se presume un san Cristóbal que se conserva en el Museo Nacional y algunos santos de bulto que se mantienen en uso procesional.
Siendo maestro en el arte de tallar y estofar con gran preciosismo, las inquietudes múltiples de Gutiérrez lo interesaron en los ídolos en piedra precolombinos y lo llevaron a crear esculturas que reunían características de la imaginería guatemalteca —influida por la española— con la escultura vernácula istmeña.
El sincretismo asumido por Gutiérrez sentó las bases de la escultura costarricense moderna, pues propuso trabajos volumétricos dotados de sutil movimiento de masas y formas, resaltando los detalles con una notable sencillez impropia de la época en que Fadrique los realizó.
De ese arte fundacional queda el busto de Próspero Fernández y la Venus que se exhiben en el Museo Nacional; el san Pedro de la fachada parroquial de Heredia y dos esculturas que flanquean lo alto de la iglesia del Carmen en aquella ciudad. También el Neptuno, conservado en la Municipalidad florense, proveniente de la fuente monumental cuyo último vestigio fue destruido precisamente por intervención de los custodios de la escultura que otrora la coronó.
En San José, fue aprendiz de escultura con el italiano Francesco Fortino y de pintura con el francés Achilles Bigot. De sus trabajos al óleo quedó poquísimo: dos querubines que de milagro sobrevivían en el cielo del altar mayor de la parroquia de Heredia.
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Desprecio y olvido
Fadrique destacó por su carácter rupturista en la plástica costarricense, por su arquitectura magna y por diversos hechos asombrosos. Sin embargo, este hombre “personaje de leyenda, escapado del Siglo de Oro para caer en la Costa Rica de Tomás Guardia”, según escribió Alberto Cañas, fue antagonista de su medio aldeano y ejemplificó a un inquieto estamento de su época. Por contraventor del orden social y burlador de la Iglesia, resultó incómodo para lo establecido y en su tiempo se le intentó reducir, sin éxito. Entonces, muy al triste uso de nuestras costumbres, cobardemente se le condenó al olvido. Afortunadamente, con justicia, emerge paulatinamente de la historia.
Puede resultar cuestionable que su rebeldía ante el sistema fuera pareja con la fascinación que tenía por aquella estructura política, pero esa contradicción propició lances históricos determinantes y alimentó su función de demiurgo de una herencia notable, lastimosamente desperdigada, reducida o esfumada.
Fadrique Gutiérrez murió en Esparza en 1897, fue sepultado en una tumba sin referencia, hoy perdida, y está pendiente el reconocimiento que merece este heroico antihéroe. Desafortunadamente, muchas veces Costa Rica desprecia los quehaceres de ciudadanos notables, o peor aún, nutre la desmemoria que provoca la destrucción de sus obras, como el ejemplo reciente que privó al país de la de un ciudadano de obligatoria recordación, especialmente para los heredianos que acaban de poner un clavo más en el ataúd de su olvido.
El autor es escritor.