Imposibles de prever, los impactos de la invasión rusa a Ucrania, cual caja de Pandora, desatan su furia sobre cimientos fundamentales del orden internacional.
Olas de refugiados, destrucción de ciudades, desolación y muerte son daños evidentes por sí mismos. La crisis alimentaria, energética y el recrudecimiento de la inflación mundial son consecuencias graves, pero previsibles.
Un posible desacople de la globalización es otro desastre advertido desde el comienzo de las hostilidades. Pero hay una dimensión desconocida que tiene potencial para volverse contra quienes la conjuran.
Según David Bounie del Instituto Politécnico de París, “la guerra en Ucrania está acelerando un proceso de balcanización monetaria” (Le Monde, 1/6/2022).
El despliegue del músculo económico estadounidense puede terminar minando para Estados Unidos el mismo poder financiero que hace que sus sanciones sean tan devastadoras. En efecto, el castigo financiero puede tener consecuencias imprevisibles.
Moneda refugio
Kristalina Georgieva, directora gerente del FMI, advirtió el 10 de mayo sobre los síntomas de agotamiento en el sistema monetario internacional anclado en el dólar desde 1944, en Bretton Woods.
Piedra angular del sistema financiero internacional, el dólar es, por antonomasia, la moneda de reserva. Principal medio de facturación y de pago de instituciones financieras, domina mercados de acciones y materias primas.
Su posesión determina la confianza en los depósitos bancarios y tasa el endeudamiento de países y empresas. En tiempos de zozobra, se recurre al dólar como opción de refugio. Se puede decir que el dólar es un bien público internacional indispensable para la estabilidad financiera mundial. Por eso, no existe forma de exagerar el riesgo de poner en peligro su posicionamiento.
Pero el dólar es la moneda de los Estados Unidos y por su medio ejerce hegemonía financiera. Por eso, ha sido fácil la tentación de extender esa fuerza al plano geopolítico como instrumento nacional de su propia agenda, incluso de guerra.
Ya son varios gobiernos de Estados Unidos que empezaron el peligroso camino de perseguir objetivos de política exterior con imposición de sanciones económicas haciendo uso de la preeminencia de su moneda.
Lo hizo primero con Cuba y, a pesar de no haber obtenido los resultados esperados, reincidió con Irán. Pero esos países no tenían peso suficiente para defenderse monetariamente y, menos aún, para hacer contraproducente el castigo financiero.
Tácticas rusas
Otra historia comenzó cuando Rusia fue objetivo del ataque del dólar como instrumento punitivo. En el 2014, tras la anexión de Crimea, Obama enfocó sanciones financieras contra grandes bancos, empresas energéticas, corporaciones de defensa y oligarcas rusos.
Rusia se dio por advertida del riesgo que le significaba su vinculación dependiente del dólar y emprendió la labor de desacople monetario.
Putin advirtió, desde octubre del 2018, que el monopolio del dólar era “poco fiable” y, por tanto, “peligroso”. En ese mismo acto estableció un mapa de ruta para limitar la exposición rusa a futuras sanciones.
Puso en marcha dos infraestructuras financieras: un sistema de pago nacional, alternativa rusa a plataformas como Visa y Mastercard, y una versión rusa del Swift, que denominó Sistema de Transferencia de Mensajes Financieros (SPFS).
Como segundo paso, redujo radicalmente, con oro, euros y yuanes, la proporción de dólares en las reservas rusas. También fue librándose de bonos del Tesoro de Estados Unidos.
Las principales empresas energéticas rusas pasaron a transar sus operaciones en rublos, yuanes y euros. También se diseñó una criptomoneda rusa respaldada por el Estado, para eludir el uso del dólar.
En el 2020, más del 83% de las exportaciones rusas a China ya se tramitaban en euros. Recientemente, Rusia y China firmaron un contrato de 30 años para transar en euros las ventas de gas de un futuro gasoducto.
Todo eso es comprensible. Hasta aquí las medidas de Putin son esperables procesos defensivos de resultados inciertos y sin mayor impacto inmediato en el orden internacional.
Retumbos de la guerra
El problema comienza a ponerse mucho más serio con advertencias de voceros de los Estados Unidos de involucrar eventualmente a China en esas medidas.
En caso de que China ayude a Rusia a eludir las sanciones, se le previene su inclusión en el castigo. Esa amenaza disuasoria conjura efectos no deseados que pueden ser irreversibles.
Según Zongyuan Zoe Liu y Mihaela Papa de Foreign Affairs, esto se combina con el creciente deterioro de relaciones entre China y Estados Unidos y “amenaza a largo plazo el papel dominante del dólar en el comercio internacional” (7/3/2022).
Así, puede surgir lo que ellos llaman un “eje geopolítico antidólar”. La guerra en Ucrania desata un proceso cuya tendencia puede afectar el poder geopolítico de esa moneda.
“El gobierno de Estados Unidos debe ser consciente de las consecuencias imprevistas de su política”, insiste el Foreign Affairs. En su opinión, “si a corto plazo sanciones más estrictas contra Rusia podrían ayudar a Ucrania, indudablemente se inician condiciones de un movimiento más amplio de desdolarización”.
Limar asperezas
Al fin y al cabo, las sanciones económicas y financieras, como cualquier otra arma, son eficaces hasta que dejan de serlo y, entonces, el mundo entero tendrá que enfrentar la dura realidad de un dólar debilitado.
Bounie opina que “Estados Unidos y sus aliados introducen, con fines políticos, una toma de rehenes en los sistemas de pago, cuando estos deberían ser, por el contrario, un bien colectivo y no una herramienta de exclusión”.
Hacer eso en medio de una inflación internacional, en la antesala de una recesión y en plena crisis alimentaria puede agravar las condiciones de vida de todos.
Goethe lo advirtió en El aprendiz de brujo: “No hay que conjurar fuerzas que después no se sepan controlar”. Razón de más para limar asperezas y contrarrestar el ambiente de discordia que empuja a una disociación financiera cuyos impactos no es posible siquiera imaginar.