Los contrastes señalan tiempos revueltos cuando el presente se da de bruces con el pasado y, por unos instantes, se queda conviviendo con lo que es incapaz aún de superar. Los cien primeros días de Biden y su primer discurso ante el Congreso alertan sobre los tiempos insoportables de Jano, con una mirada hacia lo que no puede seguir siendo y otra hacia lo que no logra todavía ser.
Hace un siglo un presidente transformó el país en cien días. No en vano se compara Biden con el Roosevelt del New Deal. En un país dominado por una casta indiferente, Biden pasó el paquete social más formidable de la historia sin un voto republicano, bastión de lo que no puede ser. Prometió vacunar a 100 millones en 100 días y duplicó esa cifra. Revirtió lo más aciago de Trump. Regresó su país a la cordura multilateral, se reconcilió con la tierra, confortó aliados, canceló una guerra, dio ayuda estatal a cada niño necesitado. Trazó audaces visiones de infraestructura, educación universitaria gratuita, cuidado infantil y mucho más.
Sus políticas tienen masivo respaldo. La gente se siente bien cuando advierte que pagará sus programas con impuestos a los ricos. ¿Dónde está entonces el contraste? ¡En su escaso apoyo popular! A Biden se le cobra ser símbolo de un futuro posible de esperanza, pero también preñado de riesgos. Más de un pueblo ha retrocedido ante la enormidad de sus propias ilusiones. Todavía más veces la resistencia al cambio llevó a cataclismos. La partera de la historia advierte que nacer viene con dolor.
El discurso de Biden tiene el sabor agridulce de expectativas que llegan sin medios todavía para imponerse. Es el réquiem de la muerte de la economía de derrames que jamás ocurrieron y el entierro, tal vez prematuro, del neoliberalismo, la mayor pandemia de desigualdad de todos los tiempos. Biden anuncia el retorno del Estado. Desde su curul, los ojos pelados de Manchin y los adormilados de Cruz presagian que los muertos que Biden sepulta gozan aún de buena salud. El mismo año en que Roosevelt subió al poder, Alemania encumbró a Hitler. Las ideas zombis pueden adueñarse del tablado. Son impasses angustiosos. El optimismo daría la hoja por pasada, si no fuera por la sana paranoia de no dar nada por sentado.
La autora es catedrática de la UNED.