En las últimas semanas, me enteré de que cuatro personas conocidas decidieron migrar a Estados Unidos. Tres de ellas son de origen nicaragüense y la otra es costarricense.
Todas habían migrado —de su país, las primeras; de la zona sur hacia la GAM, la nacional— en busca de mayores ingresos para dar sustento a sus familias y mejores oportunidades para surgir.
Las cuatro son buenas personas trabajadoras, esforzadas, quienes devengaban un salario más alto que el mínimo. El ingreso les alcanzaba para vivir, un poco para enviar algo a sus familiares y para algún capricho de vez en cuando.
Aun así, tomaron la dura decisión de ir a Estados Unidos en condición ilegal, con los grandes riesgos que implica la aventura. Deben pagar a un coyote una suma cuantiosa de dinero, sin garantía de que lleguen vivas a su destino.
En su paso por México, van a sortear los riesgos de caer en manos de narcos extorsionadores, y, luego, se enfrentarán a las autoridades migratorias estadounidenses, aunque pareciera que por ahora su política es más laxa.
Este tipo de anécdotas, de nicaragüenses en Costa Rica o costarricenses camino a Estados Unidos, eran pocas. Por eso, que cuatro personas que conozco decidan de repente aventurarse de esa manera me llama mucho la atención. Es señal de que algo más profundo está sucediendo.
Sabemos que este es un país caro, lo cual le resta mucho al beneficio de vivir aquí y agrega atractivo a la búsqueda de otro destino. Pero la situación se presenta desde hace tiempo. Las cifras de inflación (costo de vida) no indican que el diferencial se haya incrementado en años recientes. Lo que sí ha sucedido es que la devaluación del colón ha reducido el valor de los dólares que los migrantes envían al extranjero.
El otro aspecto es cómo las oportunidades para progresar se han ido reduciendo. Se ha vuelto sumamente difícil emprender un nuevo negocio propio. Las trabas son enormes, aunque sea una pyme. Y si se logra empezar el emprendimiento, en el momento que crece un poco, le caen encima con cargas sociales, impuestos y requisitos adicionales para la formalidad, que ahogan el negocio.
Esto contrasta con las historias que se escuchan de quienes han migrado a Estados Unidos. La mayoría logra prosperar, les alcanza para vivir bien y hasta para pagar impuestos. Ante la pérdida del “sueño tico”, la tentación de ir por el “sueño americano” es muy grande.
El autor es economista.