Se encuentra en la Internet una especie de juego virtual bastante curioso. Con el aparente objetivo de demostrar que son muy diestros al volante, los participantes se turnan conduciendo vehículos de gran tonelaje a lo largo de rutas ficticias y absurdamente peligrosas.
Quien conduce en el momento describe verbalmente, para los observadores, lo que experimenta en el camino imaginario mientras somete a los demás vehículos a abusos que en ocasiones los destruyen lanzándolos al vacío. Se jacta, así, de cometer atrocidades virtuales que no están sujetas a penalizaciones.
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Lo sorprendente no es que haya quienes disfruten de un entretenimiento como ese, sino que existan quienes se divierten dándole seguimiento, pues de lo contrario no aparecería en la red.
Ahora bien, el aburrido espectáculo no se diferencia de algunos que se dan en el ámbito deportivo: la red permite seguir una partida de golf, de petanca o de cricket durante horas.
Y, sin interrupciones, excepto cuando el espectador, acomodado en un sofá surtido de golosinas y bebidas, tiene que obedecer los mandatos naturales del cuerpo. Esto nos lleva a reflexionar sobre una cuestión literalmente vital.
Gracias a una fuente respetable, sabemos que la expectativa de vida adulta en Costa Rica es de unos 62 años, equivalentes, a ojo de buen cubero, a unas 540.000 horas.
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Mentalmente calculo que, de ellas, más o menos 180.000 se dedican al sueño, unas 120.000 al trabajo y las 240.000 restantes a la vigilia no laboral ni dedicada a la formación técnica o profesional.
Debemos tomar en cuenta que en este último saco entran los períodos de vigilia de los días feriados, fines de semana y vacaciones.
Se podría decir que, después de cumplir los 18 años, el costarricense promedio dispone de unas 3.800 horas al año para «vivir» pensando en que está viviendo, es decir, dedicándose a lo que le dé su santa gana, lo cual parece excesivo. Sin embargo, también debo admitir que, en esta época de fijación electrónica, a las categorías de uso del tiempo por los adultos —sueño, capacitación para el trabajo, trabajo propiamente dicho, rutinas sociales—, hay que agregar una muy importante, para la cual aún no contamos con un nombre: es la del tiempo perdido por hipnosis frente a una pantalla.
¿Podríamos llamarla zombificación?
El autor es químico.