Confieso que, cuando cursaba la carrera de Microbiología y Química Clínica en la Universidad de Costa Rica, de 1974 a 1979, la mayoría de mis compañeros y yo veíamos el curso de Microbiología de Aguas con cierta apatía, debido a la supuesta poca relevancia comparativa con las otras materias, pero, sobre todo, por la tediosa técnica de tubos del número más probable de coliformes totales y fecales por cada cien mililitros de agua (NMP/100 mL).
Lógicamente, nuestra falta de experiencia nos impedía analizar que, si la vida se originó en el agua, la microbiología tiene que haber empezado con las observaciones de los microbios en el líquido. Precisamente, esta vital rama de la ciencia comenzó cuando los seres humanos aprendieron a pulir piezas de vidrio y a combinarlas para conseguir ampliaciones lo suficientemente grandes para poder ver los microbios.
Aunque cronológicamente Aristóteles, en el siglo IV a. C., describió la estructura celular de las cosas vivas, fue Roger Bacon quien, en el siglo XIII, reveló que la enfermedad era causada por criaturas invisibles. Esta misma observación la hicieron Fracastoro de Verona (1485-1553) y Von Plenciz en 1762; sin embargo, ninguno aportó pruebas.
En 1665, Robert Hooke vio y descubrió células en un pedazo de corcho y planteó que los cuerpos de “animales y plantas, por complejas que parezcan, están a su vez compuestos por algunas partes elementales repetidas con frecuencia”. Pero el primero en describir bacterias y protozoos fue el neerlandés Anton van Leeuwenhoek.
Este apasionado observador, además de desarrollar sus propios microscopios, registró cuidadosamente sus observaciones en una serie de cartas dirigidas a la British Royal Society, fechadas el 7 de septiembre de 1674, en donde indicó la descripción de “animálculos“ diminutos que reconoció como protozoos de vida libre. En otra de las cartas, escribió en el año 1675: “Descubrí criaturas vivas en el agua de lluvia que tenía guardada durante unos pocos días en una olla nueva esmaltada interiormente, lo cual me indujo a mirar esta agua con gran atención, especialmente aquellos pequeños animales que me parecieron diez mil veces menores que aquellos... que podían percibirse en el agua a simple vista”.
En otra aguda observación, el 16 de junio de 1675, afirmó que, mientras examinaba el agua de un pozo en la cual había puesto pimienta entera el día anterior, descubrió “animálculos de diversas formas y tamaños". “Estos se movían flexionándose como una anguila, nadando siempre con la cabeza al frente y nunca primero la cola; estos animálculos nadaban hacia atrás y como adelante, aunque el movimiento era lento”, agregó.
En el siglo XIX, figuras como John Snow, Louis Pasteur, Joseph Lister y Robert Koch, entre otros, sentaron las bases de la microbiología moderna y su aplicación a la salud pública, con la microbiología de aguas como aspecto fundamental para salvar vidas.
La cloración, por su parte, es un hito en el avance de la salud en el siglo XX. Los primeros análisis de agua se remontan a los descubrimientos de los microorganismos y su relación con las enfermedades, y, en términos generales, se presentaron los siguientes avances: desarrollo de técnicas de cultivo y descubrimiento de patógenos de origen hídrico en el siglo XIX, introducción de métodos estandarizados y regulaciones internacionales en el siglo XX, avances en métodos moleculares y automatización de procesos en el siglo XXI.
Hoy, con más de 47 años de experiencia laborando en el Laboratorio Nacional de Aguas, tengo la satisfacción de haber profundizado en su papel en la salud y la enfermedad, y reconozco que Dios me dio el privilegio de trabajar con y para el agua, que es la esencia del sistema de circulación del planeta Tierra.
Darner A. Mora Alvarado es microbiólogo y salubrista público, director del Laboratorio Nacional de Aguas del Instituto Costarricense de Acueductos y Alcantarillados (AyA).