Les parecerá inverosímil esta historia. Resulta que Khalil Gibrán, filósofo, poeta y espiritualista libanés, no nació en el pueblito de Becharre, en 1883, ni publicó su obra maestra, El profeta, en 1923. Nació en Costa Rica el 30 de mayo de 1974 y la divulgó en febrero del 2018.
La historia cuenta que AlMustafá —el escogido, el bien amado— poseía un tesoro: el pueblo que lo seguía. Habíase ganado su corazón, pero no tenía nada de más. En la ciudad de Orfalase oró, en su andar, por 12 años, pero le llegó la hora de emprender un nuevo destino. Para despedirlo, el pueblo se congregó en la plaza y le pidió que predicara una vez más. Almitra, la sacerdotisa que lo amaba, fue la primera: háblanos del amor. AlMustafá levantó la cabeza y la miró. Todos retuvieron el aliento. Entonces, exclamó: “Cuando el amor te dé sus señales, síguelo, aunque sus caminos sean abruptos y escarpados. Y cuando te envuelva con sus alas abandónate a él, aun cuando un dardo acerado entre sus plumas pueda herirte”.
¿Y la religión?, preguntaron otros. “¿Es que he hablado de alguna otra cosa? ¿La religión no está acaso en todos nuestros actos y pensamientos? Si tenéis deseos de conocer a Dios, no creáis encontrarlo en la resolución de enigmas. Aquel que usa su moralidad como vestidura haría mejor si permaneciera desnudo, pues el viento y el sol no desgarrarían su piel”. Uno más increpó: cuéntanos de los hijos. Él respondió: “Tus hijos no te pertenecen. Son hijos e hijas de lo que la vida desea de sí misma; nacen a tú través mas no por ello de ti. Puedes darles tu amor pero no tus pensamientos. Piensan por sí mismos. Y no busques que se parezcan a ti. La vida no vuelve sobre sus pasos ni se rezaga en días pasados”.
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Todo iba bien, mas había entre la muchedumbre ambiciosos mercaderes, artesanos y políticos. Este hombre habla bien, pero solo de cosas espirituales —dijeron— y no sabrá gobernar. Entonces, optaron por cortejarlo, acosarlo: dadnos autoridad y te diremos cómo regir al pueblo; las llaves del templo y te enseñaremos a administrar sus arcas; a los hombres de fe y los conduciremos a buen puerto; haremos por ti el trabajo tedioso: gobernar con nuestros sabedores y dictar las leyes que requieren los reinados…
El profeta se quedó meditabundo. ¿Qué querrán los grandes señores de la política y los negocios? Almitra, que hablaba en lenguas, sabía muy bien lo que querían: su tesoro. Cuídate, pastor, le dijo con amor, te pueden devorar.
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