Cuando Harper Lee escribió su clásica novela Matar a un ruiseñor (To Kill a Mockingbird), en 1960, lejos estaba de saber que su trama en defensa ante la discriminación racial sería utilizada con una connotación distinta en el juicio mediático y político contra Brett Kavanaugh, elegido por el Senado para servir en la Corte Suprema de Justicia de EE. UU.
La novela, narrada por una niña, cuenta la injusticia perpetrada a un joven negro, Tom Robinson, acusado de violar a una mujer blanca que se le insinuaba. Atticus, abogado y padre de la infanta, lo defiende con lucidez, pero, al final, Robinson es condenado por prejuicios y supuestos improbados (entonces, todos los negros eran culpables). Robinson trata de huir de la cárcel y muere de un disparo. El embustero padre de la acusadora, insaciable, agrede a la joven escritora, pero un desconocido la salva y lo mata en legítima defensa. Atticus ofrece defenderlo, pero la niña, previendo la ordalía por venir, le implora: sería como matar a un ruiseñor.
Allysia Finley, 54 años después, escritora del Wall Street Journal, publicó un poderoso ensayo sobre el frustrado intento de linchar a Kavanaugh por meras suposiciones: Will The Senate Kill a Mockingbird? Describe con magistral claridad cómo un nuevo racismo, esta vez contra los hombres (todos los varones son culpables), se ensaña para revertir principios consagrados en la Constitución: toda persona se presume inocente antes de ser juzgada y condenada por un juez natural mediante el debido proceso.
La mejor defensa de Kavanaugh la esgrimió la senadora Susan Collins al justificar su voto. Demostró que no se había probado ninguna agresión sexual y ningún testigo ofrecido por la acusadora corroboró sus aseveraciones. Los demócratas exigieron una nueva investigación –la sétima del FBI sobre Kavanaugh– sin hallar nada. Entonces, prometieron destruirlo si ganaban en noviembre: matar a otro ruiseñor.
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Los republicanos respondieron que las mujeres tienen derecho a ser respetadas, oídas y protegidas por la ley, pero eso no les da licencia para destruir gratuitamente la integridad de una persona. Condenar sin prueba, con la connivencia de la sesgada prensa americana, es una nueva forma de racismo. Descalificar al adversario político por el mero hecho de ser varón, caucásico, educado en buenas universidades, con un récord impecable como juez de alzada y defender la Constitución bajo una perspectiva literal, es muy preocupante para la justicia constitucional.